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“La mala noticia es que Dios no existe. La buena es que no se necesita” Era el eslogan de los autobuses desacralizados que en el 2008 circularon por varias capitales de Europa.
Dios molesta y, quienes creemos en su paternidad y su importancia primordial en la Historia, no somos bien vistos.
La intolerancia es una consecuencia de la cristianofobia y desemboca en la destrucción de quienes son creyentes.
Se repite lo que en los primeros tiempos del cristianismo alguien escribió, en una época en la que los mártires eran las víctimas cruentas del odio a la nueva religión que socavaba las estructuras de una sociedad adoradora sólo de lo tangible. Decía al respecto el autor, allá por el siglo II: “Los judíos les declaran guerra como a extranjeros, los griegos les persiguen, pero los mismos que les odian no pueden decir los motivos de su odio.”
Se comienza por eliminar los signos del cristianismo, se continúa por asaltar iglesias, pintarrajear fachadas con expresiones ofensivas a los creyentes y se termina asesinando a indefensos creyentes en una iglesia de Bagdag o en cualquier lugar de Cachemira, Filipinas, China, etc.
No es sólo allí donde se manifiesta la fiebre anti-Dios, sino aquí, en Madrid y Barcelona, con intentos de quema de iglesias, y también en esta pequeña vetusta ciudad de Zamora.
Se amenaza, se vilipendia, se intenta aniquilar social y físicamente a quienes muestran ser creyentes. Como decía aquel librepensador: “Critica, que algo queda”.
Hace sólo un mes que buena parte de la juventud de Zamora acogía la Cruz de los Jóvenes, peregrina desde hace veinte años por los caminos de Europa, por inspiración del carismático Papa Juan Pablo II, reforzando valores atemporales de fe, justicia y amor entre nuestra castigada juventud.
El mismo día en que la Cruz iba a llegar a la iglesia del Cristo de Morales, una mano que firmó con la enseña de la hoz y el martillo, pintarrajeó en la fachada de la humilde casa del guarda un eslogan que no tenía nada que ver con la alegría que los jóvenes de esta ciudad mostraban ante aquel acontecimiento social. La iglesia de Cristo Rey aparece también ocasionalmente con “ocurrencias” antirreligiosas; seguramente todavía no se ha borrado la pintada que ayer se podía contemplar en el exterior, una de las pilastras laterales.
Los derechos de toda democracia, aunque regida por un Estado aconfesional y laico, deben ser patrimonio de todos, no sólo de quienes quieren imponer lo que es absurdo: la inexistencia de Dios. Quien lo desee, que viva tu aconfesionalidad, pero que no quiera imponer su laicismo como religión para todo el mundo.
La buena noticia -que eso es lo quiere de Evangelio- es que Dios existe y se interesa por todos los hombres y mujeres, hasta tal punto que ha entregado a su Hijo para que soporte todas nuestras miserias y nos enseñe a vivir en paz, para que podamos llegar hasta la vida eterna, ya desde ahora, pregustando las felices consecuencias del perdón a nuestros enemigos, para sacarnos de la esclavitud del odio y la venganza con un divino rescate: su propia sangre.
Necesitamos a Dios como el aire que respiramos, porque él nos quiere y necesita de nosotros para demostrar su divinidad. Su rostro es Cristo, el más bello de los hombres, por quien tantos están dando su vida, gastándola por sus hermanos más pobres y hasta dando su sangre, arrebatada por fanáticos “que no saben lo que hacen”.
Ni la hoz ni el martillo, ni el laicismo intransigente, ni el grafiti enconadamente malicioso, plasmado en la impunidad de la noche, podrán con la cruz y cuanto significa: amor a los necesitados, comida para los menesterosos, mano amiga y palabra de salvación para cuantos a la Iglesia se acerquen.
Dios molesta y, quienes creemos en su paternidad y su importancia primordial en la Historia, no somos bien vistos.
La intolerancia es una consecuencia de la cristianofobia y desemboca en la destrucción de quienes son creyentes.
Se repite lo que en los primeros tiempos del cristianismo alguien escribió, en una época en la que los mártires eran las víctimas cruentas del odio a la nueva religión que socavaba las estructuras de una sociedad adoradora sólo de lo tangible. Decía al respecto el autor, allá por el siglo II: “Los judíos les declaran guerra como a extranjeros, los griegos les persiguen, pero los mismos que les odian no pueden decir los motivos de su odio.”
Se comienza por eliminar los signos del cristianismo, se continúa por asaltar iglesias, pintarrajear fachadas con expresiones ofensivas a los creyentes y se termina asesinando a indefensos creyentes en una iglesia de Bagdag o en cualquier lugar de Cachemira, Filipinas, China, etc.
No es sólo allí donde se manifiesta la fiebre anti-Dios, sino aquí, en Madrid y Barcelona, con intentos de quema de iglesias, y también en esta pequeña vetusta ciudad de Zamora.
Se amenaza, se vilipendia, se intenta aniquilar social y físicamente a quienes muestran ser creyentes. Como decía aquel librepensador: “Critica, que algo queda”.
Hace sólo un mes que buena parte de la juventud de Zamora acogía la Cruz de los Jóvenes, peregrina desde hace veinte años por los caminos de Europa, por inspiración del carismático Papa Juan Pablo II, reforzando valores atemporales de fe, justicia y amor entre nuestra castigada juventud.
El mismo día en que la Cruz iba a llegar a la iglesia del Cristo de Morales, una mano que firmó con la enseña de la hoz y el martillo, pintarrajeó en la fachada de la humilde casa del guarda un eslogan que no tenía nada que ver con la alegría que los jóvenes de esta ciudad mostraban ante aquel acontecimiento social. La iglesia de Cristo Rey aparece también ocasionalmente con “ocurrencias” antirreligiosas; seguramente todavía no se ha borrado la pintada que ayer se podía contemplar en el exterior, una de las pilastras laterales.
Los derechos de toda democracia, aunque regida por un Estado aconfesional y laico, deben ser patrimonio de todos, no sólo de quienes quieren imponer lo que es absurdo: la inexistencia de Dios. Quien lo desee, que viva tu aconfesionalidad, pero que no quiera imponer su laicismo como religión para todo el mundo.
La buena noticia -que eso es lo quiere de Evangelio- es que Dios existe y se interesa por todos los hombres y mujeres, hasta tal punto que ha entregado a su Hijo para que soporte todas nuestras miserias y nos enseñe a vivir en paz, para que podamos llegar hasta la vida eterna, ya desde ahora, pregustando las felices consecuencias del perdón a nuestros enemigos, para sacarnos de la esclavitud del odio y la venganza con un divino rescate: su propia sangre.
Necesitamos a Dios como el aire que respiramos, porque él nos quiere y necesita de nosotros para demostrar su divinidad. Su rostro es Cristo, el más bello de los hombres, por quien tantos están dando su vida, gastándola por sus hermanos más pobres y hasta dando su sangre, arrebatada por fanáticos “que no saben lo que hacen”.
Ni la hoz ni el martillo, ni el laicismo intransigente, ni el grafiti enconadamente malicioso, plasmado en la impunidad de la noche, podrán con la cruz y cuanto significa: amor a los necesitados, comida para los menesterosos, mano amiga y palabra de salvación para cuantos a la Iglesia se acerquen.
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