jueves, 27 de enero de 2011

sábado, 15 de enero de 2011

LAS PUERTAS DE SAN JUAN

Publicado por Jesús Masana Monistirol en
-La Opinión, El Correo de Zamora- Lunes, 17 de mayo de 1993.


"El menos inteligente conoce que su estructura es gótica". De
tal guisa se expresa Antonio Piñuel Ximenez, refiriéndose a la
puerta oeste de S. Juan de Puerta Nueva, en su "Descripción
histórica de la ciudad de Zamora, su provincia y Obispado"
cuando, a principios del pasado siglo, describía la mencionada
iglesia, "segunda parroquia en antigüedad". Nos recuerda, con su
característico estilo coloquial, algunos detalles de la
mencionada iglesia zamorana; por ejemplo, el Pero Mato, histórica
veleta dominando los tejados... Habla de tres sucesivas
edificaciones sufridas por el templo; se pregunta por qué no se
llamar San Juan Degollado, en vez de S. Juan de Puerta Nueva,
(ya que es S. Juan Bautista el titular y puede confundirse con S.
Juan Evangelista), y aduce que al no haber otra iglesia con la
denominación de S. Juan, "no necesitaban ese nombre" siendo
"muy antiguo y vulgar" para esta iglesia adosada a la muralla,
donde existir¡a una puerta de la ciudad.
M s detalles, en el libro citado...
Poco "inteligente" y ciertamente "vulgar" es el "detalle" que
ha aparecido recientemente muy cerca de la mencionada iglesia y
de su puerta gótica; la gracia y belleza de ésta han quedado
mermadas y la otra puerta, la románica, en la parte sur del mismo
templo, queda realzada por contraposición; la pugna
artístico-devocional que se se halla detrás de la construcción de
la primera queda ahora, decimos, favorablemente decantada hacia
la románica, de floraciones celestiales y de carácter creacional,
invitando al gozo celeste, en el interior. Aunque también esta
puerta tiene sus "detractores", que con juvenil ímpetu
deportivo transforman la función para la que fuera diseñada...
Lo digan si no los balonazos que soportan sus jambas y las
pétreas hojas de los ocho capiteles de sus gráciles columnas,
ante la muda mirada de los coches apostados frente a ellas.
Volviendo a la puerta gótica, por respeto merecido a quien lea
esto y por la dignidad de la fábrica del templo y todo su
contenido artístico-religioso, no mencionamos ni describimos de
forma directa el desaguisado con ella cometido, indigno de una
ciudad que se precia en mantener despierto el valor cultural del
pasado. Invitamos a quien quiera comprobarlo visite la iglesia
y especialmente la puerta mencionada, construida entre dos
contrafuertes y adornada con repetidos arcos ojivales,
perforando los gruesos muros del templo, en una
etapa de esplendoroso fervor que hizo desaparecer, seguramente,
otra puerta románica, más humilde pero igualmente simbólica y
efectivamente acogedora.
Las razones que han impulsado la ubicación de un cierto
"parterre" frente a un edificio tan loado deben responder, si
una justificación hay que aducir, al interés por los animales,
ciertamente encomiable pero impropio de una lúcida ordenación que
del ámbito ciudadano conviene hacerse en éste y en todos los
casos. Caben mejores soluciones.
Si levantara la cabeza Piñuela no sabría, a ciencia cierta, a
qué estilo responde ese "detalle" que ante la puerta gótica se
levanta y aconsejar¡a, sin duda, cambiar definitivamente el
nombre del templo y adosarle el de S. Juan Degollado, doblemente
decapitado, por su titularidad y por los desaguisados cometidos
por los "artistas" del siglo XX. Seguramente se colocaría él
mismo de portero de las dos puertas de S. Juan vistiendo
insignias de autoridad urbana para aconsejar a los mozalbetes un
partido de fútbol fuera de las murallas, en los polideportivos
ciudadanos, o llevaría a pasear a los chuchos, vestido de librea,
tras las murallas...
Nosotros seguiremos llamando a esta iglesia románica, S. Juan
de Puerta Nueva, pero si no se remedia lo aquí expuesto, nos
vendrá a la mente no la antigua puerta que abría los muros de la
ciudad al "campo, al arrabal o burgo o a lo que hoy es Plaza
Mayor", sino ambas puertas, al servicio del balón y del doméstico
can, diluido su simbolismo auténtico en otros par metros
distintos completamente a la intención que primordialmente llevó
a término la idea de su construcción: la "otra realidad" que se
experimenta en el interior del templo. Y es que hoy se valora
lo antiguo sólo por serlo, porque el espíritu posmoderno pretende
enmascarar lo que aún hoy rezuman las puertas de éste y de todos
los templos románicos de Zamora.

jueves, 13 de enero de 2011

JUICIO FINAL

EL JUICIO FINAL
Comentario al mural pintado por Kiko Argüello en laDomus Galilaeae, dominando el Lago Tiberiades
Jesucristo en el centro, como principio y fin de todo.
Ezequiel, en el ángulo inferior derecho, con gorro asirio, narra su visión. Ve el carro de la Mercavà, en el que está sentado Cristo, juez. Sus ruedas aladas avanzan en las cuatro direcciones, anunciando la Verdad.
A ambos lados de la gloria de Jesucristo, en la bóveda celeste, representada con círculos cromáticos, se hallan la Virgen y Adán, debajo de ella; en el lado opuesto, S. Juan Bautista y a sus pies, Eva. Ésta oculta sus manos –las que tomaron el fruto prohibido- en un manto rojo que la cubre la cabeza a los pies, signo de vida y de muerte.
En esta misma zona central de la composición, a ambos lados, los tronos de los Apóstoles, mostrando en sus rodillas el libro abierto del Evangelio y en actitud parlante, anunciándolo.
En la zona superior, en el centro, la figura del Anciano, el Padre, Creador y el Espíritu, Vivificador, en forma de aploma.
El profeta Ezequiel aparece de nuevo, ya mayor y desplegando la profecía que ha tenido cumplimiento, en pie en el último círculo que, con los restantes, simbolizan la creación, presidida por la fuente de la Sabiduría, en lo más alto, y por los planetas y elementos de la Tierra, como el agua, el aire y el fuego.
A la izquierda del Padre, vemos la primera creación, la de los primeros cielos con sus ángeles y la lucha de éstos; los malos son arrojados al infierno –círculo negro- donde no pueden ver a Dios, por su rebeldía. Dos ángeles desenrollan un espacio en el que se muestra esta realidad. Entre esta escena y la zona central, la crucifixión y la resurrección: las tres cruces del Calvario y la tumba vacía con los ángeles, el sudario y las vendas.
A la derecha, cuatro grupos de bienaventurados, profetas, mártires, santas mujeres, obispos y monjes. Encima de esta realidad, el paraíso, lugar cerrado por el pecado del hombre, custodiado por el ángel.
El tercio inferior de la composición está presidido por un trono en el que descansa el Libro sobre un cojín; dos ángeles proclaman el Evangelio en sendos pergaminos desenrollados; es la nueva ley, que es señalada por Moisés, en pie, a su lado. Bajo este ostensorio, la mano de Dios, que sostiene amorosamente a los atribulados, cuyas lágrimas han sido recogidas en un tarro; su valor se une a los frutos de la redención de Cristo, representada por la cruz, el hisopo y la lanza. Ésta toca con su punta un río de sangre que se origina a los pies de Cristo y que abarca todo lo creado para llegar con su poder, pero con efectos contrarios, hasta el mismo infierno; para unos es fuente y causa de salvación y para los que no creen, en condenación. La escena de la resurrección de los muertos, cuyos cuerpos son devueltos a la vida desde todos los lugares, de la tierra y del mar.
La mirada de Moisés contempla la escena y se dirige también a un grupo compuesto por judíos, mahometanos y gentiles, que se hallan de pie, testigos de esta renovación salvadora.
En el lado opuesto vemos a Abraham, Isaac y Jacob, sentados, contemplan lo que vieron sólo en sueños y ven cumplida la Alianza de Dios.
El verdadero paraíso es un círculo en cuyo interior se halla la Reina del Cielo rodeada por dos ángeles y el primer salvado por Cristo, junto a su cruz: el buen ladrón.
Debajo, la puerta estrecha para entrar en la Gloria, a cuyo lado esperan los profetas, los justos, el rey David, así como los monjes, que vuelan directamente al cielo.
Un ángel tiene retenidos en un círculo los malos espíritus, representados por animales feroces, mientras con su lanza interfiere las intenciones del demonio que pretende descompensar la balanza, que pende de la mano de Dios, donde son pesadas las acciones de un humano.
Otro hombre se halla atado, abrazado voluntariamente, a una columna que es el materialismo y la ceguera al anuncio del Evangelio: tiene aquél los ojos cerrados a la obra salvadora de Cristo. El fin de este personaje es estar sentado en el regazo del demonio, en el infierno, pavimentado con los pecados capitales; en especial, con la concupiscencia, simbolizada en el tercero de los siete rectángulos, en la parte más inferior de la composición.