jueves, 13 de enero de 2011

JUICIO FINAL

EL JUICIO FINAL
Comentario al mural pintado por Kiko Argüello en laDomus Galilaeae, dominando el Lago Tiberiades
Jesucristo en el centro, como principio y fin de todo.
Ezequiel, en el ángulo inferior derecho, con gorro asirio, narra su visión. Ve el carro de la Mercavà, en el que está sentado Cristo, juez. Sus ruedas aladas avanzan en las cuatro direcciones, anunciando la Verdad.
A ambos lados de la gloria de Jesucristo, en la bóveda celeste, representada con círculos cromáticos, se hallan la Virgen y Adán, debajo de ella; en el lado opuesto, S. Juan Bautista y a sus pies, Eva. Ésta oculta sus manos –las que tomaron el fruto prohibido- en un manto rojo que la cubre la cabeza a los pies, signo de vida y de muerte.
En esta misma zona central de la composición, a ambos lados, los tronos de los Apóstoles, mostrando en sus rodillas el libro abierto del Evangelio y en actitud parlante, anunciándolo.
En la zona superior, en el centro, la figura del Anciano, el Padre, Creador y el Espíritu, Vivificador, en forma de aploma.
El profeta Ezequiel aparece de nuevo, ya mayor y desplegando la profecía que ha tenido cumplimiento, en pie en el último círculo que, con los restantes, simbolizan la creación, presidida por la fuente de la Sabiduría, en lo más alto, y por los planetas y elementos de la Tierra, como el agua, el aire y el fuego.
A la izquierda del Padre, vemos la primera creación, la de los primeros cielos con sus ángeles y la lucha de éstos; los malos son arrojados al infierno –círculo negro- donde no pueden ver a Dios, por su rebeldía. Dos ángeles desenrollan un espacio en el que se muestra esta realidad. Entre esta escena y la zona central, la crucifixión y la resurrección: las tres cruces del Calvario y la tumba vacía con los ángeles, el sudario y las vendas.
A la derecha, cuatro grupos de bienaventurados, profetas, mártires, santas mujeres, obispos y monjes. Encima de esta realidad, el paraíso, lugar cerrado por el pecado del hombre, custodiado por el ángel.
El tercio inferior de la composición está presidido por un trono en el que descansa el Libro sobre un cojín; dos ángeles proclaman el Evangelio en sendos pergaminos desenrollados; es la nueva ley, que es señalada por Moisés, en pie, a su lado. Bajo este ostensorio, la mano de Dios, que sostiene amorosamente a los atribulados, cuyas lágrimas han sido recogidas en un tarro; su valor se une a los frutos de la redención de Cristo, representada por la cruz, el hisopo y la lanza. Ésta toca con su punta un río de sangre que se origina a los pies de Cristo y que abarca todo lo creado para llegar con su poder, pero con efectos contrarios, hasta el mismo infierno; para unos es fuente y causa de salvación y para los que no creen, en condenación. La escena de la resurrección de los muertos, cuyos cuerpos son devueltos a la vida desde todos los lugares, de la tierra y del mar.
La mirada de Moisés contempla la escena y se dirige también a un grupo compuesto por judíos, mahometanos y gentiles, que se hallan de pie, testigos de esta renovación salvadora.
En el lado opuesto vemos a Abraham, Isaac y Jacob, sentados, contemplan lo que vieron sólo en sueños y ven cumplida la Alianza de Dios.
El verdadero paraíso es un círculo en cuyo interior se halla la Reina del Cielo rodeada por dos ángeles y el primer salvado por Cristo, junto a su cruz: el buen ladrón.
Debajo, la puerta estrecha para entrar en la Gloria, a cuyo lado esperan los profetas, los justos, el rey David, así como los monjes, que vuelan directamente al cielo.
Un ángel tiene retenidos en un círculo los malos espíritus, representados por animales feroces, mientras con su lanza interfiere las intenciones del demonio que pretende descompensar la balanza, que pende de la mano de Dios, donde son pesadas las acciones de un humano.
Otro hombre se halla atado, abrazado voluntariamente, a una columna que es el materialismo y la ceguera al anuncio del Evangelio: tiene aquél los ojos cerrados a la obra salvadora de Cristo. El fin de este personaje es estar sentado en el regazo del demonio, en el infierno, pavimentado con los pecados capitales; en especial, con la concupiscencia, simbolizada en el tercero de los siete rectángulos, en la parte más inferior de la composición.

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