martes, 12 de julio de 2011

DOS LAMPADARIOS EN CRISTO REY -1996

LÁMPARAS DE CRISTO REY









Se hallan en el transepto de la iglesia parroquial de Cristo Rey, Zamora. Relaizadas y colocadas en 1996.
Obra de Jesús González Matellán, Eugenio Esteban Fernández y Jesús Masana Monistirol. Corriendo a cargo de los dos primeros la ejecución material y el proyecto del último.

DESCRIPCIÓN
La composición de las dos lámparas, su composición dibuja un círculo en el espacio anterior al presbiterio.
Dos lámparas, compuestas cada una de ellas, por tres círculos superpuestos a la distancia de 50 cm. y discéntricos, unidos unos con otros mediante pletinas oblicuas. Una tangente a los círculos es pasarela a la pared, siendo oblicua a la misma la tangente opuesta.
Los diámetros son, respectivamente, de un metro, metro y medio y dos metros.
Tres uniones en forma de cadena se unen en un solo punto que soporta equilibradamente el conjunto y mediante otra cadena y tramos rectilíneos de barras de hierro con el amarre más alejado, en la parte superior del contrafuerte interno del transepto.
Están pintadas de negro, pavonado con toques dorados.
Doce puntos de luz se distribuyen en los tres cuerpos de la lámpara, dominados por un potente foco en el círculo más pequeño.
Dichos puntos lumínicos se hallan en el espacio interno que existe en la doble vuelta -compuesta por dos láminas de hierro de poco grosor- de cada círculo.

SIMBOLISMO
La Luz que ilumina el mundo, es Cristo.
Las dos lámparas son la imagen de Jesucristo, la segunda persona de la Trinidad.
El foco de la parte superior de la lámpara, hace igualmente relación a Cristo, así como el mismo círculo en el que se halla –el más pequeño de los tres-. Dos diámetros de hierro ratifican la obra redentora. Se trata de una cruz, iluminada, gloriosa, símbolo de la Resurrección de Cristo.

Los doce puntos de luz simbolizan los doce Apóstoles. Ellos irradian la luz del Evangelio por el mundo, recibiendo a su vez la iluminación constante de la palabra de Cristo, a través del Espíritu Santo. Éste se halla simbolizado en el segundo de los círculos. El tercero, el mayor lo es del Padre.

El pequeño, el humilde, es Cristo; el grande, el misericordioso, el potente, el creador, es el Padre; el que hacer fluir la relación y el amor, el vivificante, el guardián, es el Espíritu Santo, entre el Padre y el Hijo.

Las doce pequeñas luces apostólicas están distribuidas de la siguiente forma: dos en el círculo pequeño –reforzando la simbología del Hijo, segunda persona de la Trinidad; cuatro en el círculo del Espíritu Santo, simbolizando la inspiración recibida por los cuarto evangelistas y su misión evangelizadora a lo largo y ancho de los cuatro puntos cardinales, la tierra entera –el cuadrado simbólico románico-. Seis luces completas en conjunto apostólico, colocadas en el círculo grande, del Padre, que es el creador de el Universo, -según el relato bíblico de los seis días creacionales-.

Las doce tribus de Israel, los doce patriarcas, las doce horas del día, las doce meses del año, los veinticuatro ancianos del Apocalipsis; lo creado y lo revelado, lo que los sentidos perciben y lo que revela la Palabra, puede llegar a intuirse a través de los signos y de los símbolos, a los que se llega por la predicación y la aquiescencia de lo que se escucha, hecho vida y experiencia personal.

Jesús Masana.

A.M.D.G.

sábado, 9 de julio de 2011

HISTORIA PICTÓRICA DE LA FULIOLA - 6



PROLEGÓMENOS DE LA OBRA PICTÓRICA DE LA IGLESIA DE LA FULIOLA,
PINTADA ENTRE 1980 Y 1990

Cuando el Obispo de la Seu d'Urgell, Dr. Ramón Yglesias
Navarri, a principios de los años sesenta, ante la incapacidad
espacial del templo con motivo de la confirmación de los hijos
del pueblo, encomendó la ampliación de la iglesia de la Fuliola,
tal vez no pensó sólo en la remodelación de un espacio útil para
una finalidad eminentemente doctrinal y sacramental de
mantenimiento; comenzaban a correr aires de renovación en plena
efervescencia del Concilio Vaticano II; por algo había que
comenzar y el espacio fue en este caso lo primero.
No iba a resultar ser ésta la única remodelación, ya que los
siglos precedentes se comportaron de forma similar con la
fachada y el interior de la iglesia.
Esos cambios sufridos por el edificio de la iglesia son la
visualización de lo que ocurre en verdad en su interior y que se
plasma en su propio simbolismo: es un cuerpo que respira, crece,
vive porque dentro de él se gesta para la vida eterna.
Cada época ha dejado su impronta en lo que fuera, en un
principio una humilde capilla, una iglesia románica por los
cuatro costados.
Seguramente hoy, en pleno declinar del siglo XX, tras la
vivencia paulatina pero en efectiva profundización de la doctrina
del Vaticano II, no se hubieran acometido de igual forma los
trabajos que han supuesto la demolición de unos muros
centenarios, la venta de sus piedras para la parcial compra de
materiales más modernos con el fin de proporcionar mayor
amplitud al templo parroquial, sino que la metamorfosis hubiera
tenido lugar en su interior, cosa que, en parte, también ha
ocurrido ahora, afortunadamente.
Se libraron del cambio la fachada pétrea, con su puerta
renacentista-barroca, su torre cúbica y la pared sur, tan
románica, que no fueron demolidas...
No se imaginaba el buen obispo que en vez de aumentar el
número de fieles -lo que motivó la remodelación-, iban a ser cada
vez menos los que a los actos religiosos acudirían en los años
posteriores.
El "refrito" arquitectónico se realizó -y ciertamente
desaguisado es destruir parcialmente una iglesia para convertirla
en otra parecida, pero no ya con el sabor interno de lo que
fuera, testigo de épocas anteriores en lo artístico y en la fe
de las generaciones pretéritas- digo, pero al mismo tiempo no oso
calificar del todo erróneas las soluciones que los arquitectos
han adoptado para lograr tales efectos reformadores, porque han
servido también para "depurar" espurios aditamentos que se habían
pegado a la piel de la verdadera liturgia y su entorno.
De todos modos, ¡Ho felix culpa"!, ya que precisamente es la
doctrina emanada del Concilio la que en sus paredes se halla hoy
cubriendo las asepsia gris del cemento enmascarador y del rápido
e impersonal ladrillo,que pedían a gritos -oídos desde la fe y el
espíritu evangélico de quien nos propuso la obra pictórica- ser
vestidas con la fuerza transfiguradora de la pintura, de los
símbolos cristianos, de una auténtica catequesis visual; a lo
románico.


1.- VISTA GENERAL DEL INTERIOR DE LA IGLESIA (Foto Jaume Masana)
2.- ASPECTO DE LA IGLESIA ANTES DE LA REFORMA. (Fot. Raimond)