jueves, 21 de abril de 2011

LA FULIOLA

UN POCO DE HISTORIA DE LA IGLESIA
S. Ambrosio en el siglo IV se expresaba así referente al templo
y su simbología humana: "La construcción del templo es como la del
mundo. La cabeza se levanta por encima de la tierra. Sin los
ojos el cuerpo sería como una cárcel llena de oscuridad. Los ojos
son en la cabeza como el sol y la luna en el cielo. El hombre
lleva dentro de la cabeza su hermosura como un árbol sus frutos.
Dentro de la cabeza del hombre está toda su personalidad".
La concepción teológica cristiana del espacio es circular, como
lo explican Boecio o Rábano Mauro y tambi‚n en forma de huevo como
explica H. Augustodunensis. "Un círculo supremo que lo comprende
todo", se dice en un comentario a Boecio del siglo XVI.
Esta es la idea unitaria y esencialmente vital-humanística que
nos ha guiado en la tarea decorativa de la iglesia fuliolenca y
que llevó a que otros, antes que nosotros la idearan, la
construyeran y la decoraran a su vez hace nueve siglos y a lo
largo de este período.
Poco sabemos de la colocación de la primera piedra de la
iglesia que nos ocupa, pero nos llegan noticias de un asentamiento
definitivo de la población de la Fuliola el último tercio del
siglo XI. Mucho tuvo que ver en todo ello -coincidencia
interesante-, la actividad evangelizadora de otro presbítero, el
capellá Bernat, cuya firma aparece también en la carta de
constitución del cercano pueblo de Boldú el mismo 1980.
A falta de más documentación podemos aventurar esta fecha como
idónea de la edificación de la iglesia de La Fuliola, ya que el
hecho religioso, traducido en la reedificación o nueva fundación
de un convento o un lugar de culto, es algo inherente a la labor
de la que conocemos como reconquista de la Península Ibérica y
que sin duda lo fue de evangelización.
Las sucesivas transformaciones que ha tenido esta
iglesia, en la que perduran aún bastantes piedras y la impronta
del sentimiento primigenio románico, como aún puede apreciarse
en lo que del mismo queda, han enmascarado su primitiva
edificación con otros estilos posteriores y un final que cierra
el ciclo, acercándose al origen, con la última de las
mutaciones, tanto en lo arquitectónico como en lo pictórico.
Mn. Jaume me transmite información referente al templo por la
que en el año 1540 a 1574 se hace una ampliación del mismo en
diez y siete metros de largo por trece de ancho distribuyéndose
el espacio interior en una nave central y tres capillas separadas
por gruesos muros. Dice Lladonosa que el año 1776 el abad
Güell de Poblet dio al pueblo cien libras para la nueva iglesia y
otro edificios dependientes del monasterio.
El año 1783 fue construida la fachada y el campanario actual.
Desde el año 1963 al 1968 se hace la última de las ampliaciones
y reformas alargándose unos diez metros y sustituyendo los
gruesos muros laterales por columnas, lo que ha propiciado una
capacidad de 360 metros cuadrados. Esta reforma fue iniciada por
el entonces rector Joan Casseny, siendo el arquitecto el Sr. M.
Boada. Los últimos responsables de la conclusión de la misma
han sido Mn. Jaume Armengol, actual rector y el arquitecto
Francisco de Paula Cardoner, de Barcelona.
Las huellas no románicas, con rastros neoclásicos y barrocos,
son evidentes en la fachada; un retablo barroco de santa Lucía,
que presidiera el ábside, desapareció quemado en la contienda
del 36. En aquellos momentos existían los altares de la Virgen
del Roser, de las Animas y del Santísimo y probablemente otras
como la de S. Francisco Javier, S. Pedro y S. Pablo y S.
Silvestre.
Nos detenemos en esta enumeración por constatar el cambio
litúrgico que supone la supresión de tantas advocaciones, en
favor de una adecuación ambiental a las directrices catequéticas
actuales que han supuesto el estado de la iconografía que hoy
decora la iglesia.
Tales representaciones quedan reducidas a la estatua de la
santa titular, santa Lucía, presidiendo el mural del bside sobre
el altar central, despegado éste del muro del ábside (en
contraposición al adosado que en ‚pocas anteriores existió), una
talla de la Virgen en la cabecera de nave del Evangelio, con el
Santísimo, cercana al mural de la última cena y un crucifijo de
tamaño natural junto al mural del Descenso a los infiernos. Se
han suprimido pues las capillas en el sentido devocional antiguo.
Todo ello va en la dirección de dar carácter unívoco al
mensaje emanado de lo representacional que depura el sentimiento
popular hacia una fe vivida desde la predicación del Evangelio y
no basado casi exclusivamente en devociones particulares,
propensas a desviacionismos de tipo fetichista y de carácter
meramente conservador de una religiosidad natural anquilosada;
más ahora en que la mayoría de la gente no se acerca siquiera a
escuchar la predicación y menos a participar en la Eucaristía ni
otros sacramentos, o si lo hace es con un sentimiento de
tradición, guiado, eso sí, por una sombra de fe, desde la que
hace falta que vuelva a resurgir el Ave Fénix del cristianismo...

( Fotos del proceso pictórico de la pintura del fondo de la iglesia)

martes, 19 de abril de 2011

PINTAR LA FE - 2








AGRADECIMIENTOS
Manel Farré y Ramona Canela fueron, desde el primer momento,
la clave de toda esta obra, el medio por el que los caminos del
artista y de la obra se han hecho meta en la iglesia de Santa
Llùcia. Matrimonio amigo y hermanos en la misma fe desde vivencias
comunes en Barcelona, me presentaron al afán decorativo-litúrgico
de Mn. Jaume Armengol.
A todos ellos, así como a la Junta económica y al pueblo todo
de La Fuliola, mi agradecimiento, hecho realidad en el sentido
profundo y en la apariencia de estas pinturas que me dispongo a
analizar para cuantos quieran ver más allá de la corteza, lo que
hay debajo de la "mentira" de las imágenes, y puedan ir desde el
símbolo a la realidad trascendente.
A mi familia entera, comenzando por mi mujer y mis hijos, que
soportaron mis ausencias pictóricas y me acompañaron también
alguna vez físicamente, usando de la hospitalidad del párroco.
A las fotos magníficas de Jaume, mi heremano.
A la ayuda manual y técnica en la pintura del techo y el fondo
de la capilla del Santísimo por parte de mi otro hermano Ramón,
extraordinario escultor y buen profesor de futuros artistas en
L'Escola del Treball de Barcelona.
A Perentón, por sus fraternales noticias sobre el "acontecimiento"
pictórico de la Fuliola en "su" semanario.
A Llorenç i su hijo, recién licenciado en Bellas Artes, en las
mismas aulas por las que hace veinte años pasé yo mismo, tras la
idea de comenzar su tesis doctoral sin tema concreto aún y
considerando la posibilidad de que sea la obra de su tío un tema
apropiado.
A Maricarmen i Josep Mª, cercanos admiradores diarios de mi
primera pintura mural religiosa importante en la iglesia María
Auxiliadora de Sant Boi de Llobregat, de Barcelona.
Al apoyo moral aportado por todo el mundo conocido por mí
y de quienes, sin ser conocidos, han considerado positivista esta
obra.
EL ENTORNO PICTORICO
Cuando el Obispo de la Seu d'Urgell, Dr. Ramón Yglesias
Navarri, a principios de los años sesenta, ante la incapacidad
espacial del templo, y con motivo de la confirmación de los hijos
del pueblo, encomendó la ampliación de la iglesia de la Fuliola,
tal vez no pensó sólo en la remodelación de un espacio útil para
una finalidad eminentemente doctrinal y sacramental, de
mantenimiento; comenzaban a correr aires de renovación, en plena
efervescencia del Concilio Vaticano II; por algo había que
comenzar y el espacio fue en este caso lo primero.
No iba a resultar ser ésta la única remodelación, ya que los
siglos precedentes se comportaron de forma similar con la
fachada y el interior de la iglesia.
Esos cambios sufridos por el edificio de la iglesia son la
visualización de lo que ocurre en verdad en su interior y que se
plasma en su propio simbolismo: es un cuerpo que respira, crece,
vive porque dentro de él se gesta para la vida eterna.
Cada época ha dejado su impronta en lo que era, en un
principio una humilde capilla y luego una iglesia románica por los
cuatro costados.
Seguramente hoy, en pleno declinar del siglo XX, tras la
vivencia paulatina pero en efectiva profundización de la doctrina
del Vaticano II, no se hubieran acometido de igual forma los
trabajos que han supuesto la demolición de unos muros
centenarios, la venta de sus piedras para la parcial compra de
materiales más modernos con el fin de proporcionar mayor
amplitud al templo parroquial, sino que la metamorfosis hubiera
tenido lugar en su interior, cosa que en parte, también ha
ocurrido ahora, afortunadamente.
Se libraron del cambio, la fachada pétrea, con su puerta
renacentista-barroca, su torre cúbica y la pared sur, tan
románica, que no fueron demolidas...
No se imaginaba el buen obispo que en vez de aumentar el
número de fieles -lo que motivó la remodelación-, ivan a ser cada
vez menos los que a los actos religiosos acudirían en los años
posteriores.
El "refrito" arquitectónico se realizó - ciertamente
desaguisado es destruir parcialmente una iglesia para convertirla
en otra parecida, pero no ya con el sabor interno de lo que
fuera, testigo de épocas anteriores en lo artístico y en la fe
de las generaciones pretéritas- digo, pero al mismo tiempo no oso
calificar del todo erróneas las soluciones que los arquitectos
han adoptado para lograr tales efectos reformadores, porque han
servido también para "depurar" espúreos aditamentos que se habían
pegado a la piel de la verdadera liturgia y su entorno.
De todos modos, ­oh "felix culpa"!, ya que precisamente es la
doctrina emanada del Concilio la que en sus paredes se halla hoy
cubriendo las asepsia gris del cemento enmascarador y del rápido e
impersonal ladrillo, que pedían a gritos -oídos desde la fe y el
espíritu evangélico de quien nos propuso la obra pictórica- ser
vestidas con la fuerza transfiguradora de la pintura, de los
símbolos cristianos, de una auténtica catequesis visual, a lo
románico. (Continúa la historia de "la Fuliola").