domingo, 22 de enero de 2012

SER O NO SER, PERSONA


SER O NO SER, PERSONA

Jesús Masana Monistirol

(Artículo escrito hace veinte años, es actualidad todavía)


La fe católica era cosa de casi todo el mundo; ahora

lo es de casi nadie... En aquellas fechas,ser

católico era la

forma natural de vivir y lo que conformaba el actuar de las

gentes de este país. La religión era algo "utilitario", de

consumo diario, era lo más natural del mundo: la religión

católica era más o menos una religión tradicional, con lo ambiguo

que ello puede llegar a ser, pero con el trasfondo real de estar

inmersa en el apartado de la "religiosidad natural", o el toma

y daca común con todas las religiones; se trataba de un producto

descafeinado. El católico había llegado a ser, en general, un

cumplidor de determinados ritos, preceptos y normas que le

justificaban ante sí mismo, ante los hombres y ante Dios,

erigiéndose en juez implacable de todo ser viviente que no obrara

como él...

El Estado aún era católico y fomentaba la religión,

la jerarquía estaba casi en su totalidad al lado del gobierno,

todo funcionaba en una apacible connivencia y pax romana.

Dios estaba al servicio de la nación porque ésta era católica:

Una especie de edición de bolsillo divina, utilitaria como el

seiscientos.

Tal estructura religiosa no aguantó el paso de los años ni

mucho menos fue capaz de apuntalar la fragilidad de una sociedad

montada de esta guisa. La autoridades eclesiales veían mermadas

las filas de los propios pastores, los seminarios se quedaban

vacíos, los católicos no acudían a las iglesias como antes,

sólo la gente mayor calentaba los bancos en los ritos, que

intentaban cambiar su presentación para paliar de alguna manera

la barrera del latín litúrgico...

Pero ni por esas. Se hacían experimentos con nuevas y a menudo

aberrantes liturgias para atrapar a obreros, a estudiantes,

mezclándose con todos ellos algunos curas inquietos en busca de la

clientela perdida.

Los tiros de la renovación no daban en la diana ya que los

"métodos" planificadores de la sociedad civil no funcionaban en

la Iglesia; el pragmatismo del mundo se había infiltrado

peligrosamente en las sacristías que aún quedaban abiertas. Hubo

bandazos a la derecha y a la izquierda...

Cabía pues preguntarse si se habían hecho bien las cosas o se había

vivido falsamente alagados más por el número, olvidando la calidad

del producto católico; si no había que luchar más por lo último, por

la esencia de la fe cristiana, antes que por el efectismo de la

potencia social, más por iluminar al mundo con una luz fuerte y

verdadera que salvar al ser humano de su sufrimiento

diario, del sinsentido de la vida, con la experiencia personal

del poder de Cristo vivo, que con la fuerza de la razón anclada

en la tradición; volver a una situación inútilmente conservadora

meramente cuantitativa, con una fe de "carretero".

La industrialización-dinero se había erigido en Dios de la

sociedad y la Iglesia, que se había “industrializado” también; el

"marketing" no le podía servir a ésta para evangelizar como era

imprescindible para la empresa para vender sus productos.

Ya no servía sólo la pastoral de mantenimiento para los creyentes,

inmersos en la nueva religión del consumismo.

Lo sagrado se diluía ante la efectividad del progreso y el poder

del dios dinero, capaz de apagar los más profundos

deseos de afirmación existencial, aunque fuera de manera

intermitente; nunca en profundidad.

En los años sesenta la sociedad dio un vuelco en lo tradicional;

la Iglesia, hermana de cada época en la que le ha

tocado vivir, se estremeció con aires nuevos; un hecho marcó el

antes y el después en la forma de entender las realidades

humano-cristianas en los últimos tiempos, el Concilio Vaticano II.

Se puede decir que la Iglesia cambia en este momento. Aparece en

ella la autocrítica y se analiza el mal propio y el de la

sociedad que le ha hecho despertar de una especie de letargo

secular en la que estaba malviviendo, perdiendo su identidad.

Los métodos que necesitaba la Iglesia para su propia

renovación y que miméticamente copió de los esquemas

del mundo,considerando el propio Evangelio desfasado para

una época de tecnologías punteras y desmesuradamente

explicativas del acontecer humano y del universo, se volvieron

en contra de ella misma y no habían servido más que para

prolongar una situación de deterioro interno y para dar una falsa

imagen de sí misma al mundo que pretendía convertir. Es en este

momento cuando, desde la humildad evangélica, se va perfilando la

auténtica cara de la Iglesia renovada. En ella se efectúa un

cambio que comienza en la autocatequización, la conversión

personal por la predicación de la fe en una persona: Jesucristo,

presente hoy en la tierra a través de la encarnación del Evangelio

en personas que han experimentado la verdad que lleva al Bautismo.

La premisa que encuentra diferente la estructura existencial

del hombre actual y la de hace cincuenta, cien o 2.000 años

es falsa. El hombre siempre ha necesitado ser salvado por otra

persona capaz de asumir cuanto deteriora su propio interior y

tal persona es Jesucristo, centro de la Historia, que se

prolonga en el tiempo y se hace visible en su Iglesia. La

salvación del hombre de su propia limitación, se realiza desde el

momento en que éste cree que Cristo es su salvador y lo

experimenta, siendo bautizado con él. Entender el Bautismo, el

propio bautismo recibido generalmente en la infancia, por la fe de

otros, es la catequización del hombre de hoy. Esta es la labor

primordial de la nueva iluminación que surge del Vaticano II y

que Juan Pablo II predica desde las parroquias que han

comprendido el alcance, en profundidad, que supone esta forma de

planificar una "táctica" para volver a tener no tanto "clientela"

y llenar el edificio de la iglesia, sino para que los primeros en

entrar en la conversión sean los pastores y los que se consideran

ya cristianos, para ser en verdad "sal", "luz" y "fermento" en

medio de una sociedad que está ya de vuelta de otros modelos que

no le han hecho feliz.

Hace falta un verdadero cambio de mentalidad en muchos

obispos, sacerdotes y cristianos que piensan que ya se lo saben

todo porque han estudiado teología y la han confrontado con las

realidades sociales de miseria que claman solidaridad en el

corazón humano, creyendo que el cristianismo vale sólo para esto,

aplicando una fórmula que en poco se diferencia de la empleada por

la UNICEF o la guerrilla... La originalidad del cristianismo no

puede consistir sólo en una "pegatina" con la cara de Cristo en

el envoltorio de métodos foráneos.

Lo novedoso del caso está en lo viejo de una doctrina que se halla

por encima de las normas y que es una persona muerta y resucitada

en el que reside todo poder y ama a esta sociedad, que no ha

encontrado en sus propios resortes la fórmula para quererse a sí

misma. El hombre de hoy está muerto y

bien muerto y clama desde su impotencia vital buscando a alguien

capaz de reconstruirlo. La nueva creación debe seguir los mismos

pasos que la operada en Cristo, también hoy parado, al lado de

nuestra tumba, para hacer el milagro sacarnos de ella, renovados,

por medio de la Iglesia.

Volver la cara a la Iglesia postconciliar es la salvación de este

siglo que clama ser salvado con urgencia.

Asumido el bautismo de forma experiencial, el cristiano puede ser

luz para este mundo; los frutos serán las obras del

Espíritu, abundando por doquier evangelizadores, maestros,

médicos, políticos, obreros, familias enteras con un signo:

la cruz de Cristo, con el resplandor de la Resurrección, para

iluminar un mundo que clama con todas sus fuerzas, desde su

indigencia personal.

Volver a ser persona, es posible.


No hay comentarios:

Publicar un comentario