UN DIA DE FRIO
(El
Corrreo de Zamora,
martes, 4 de Febrero de 1992)
Este
invierno es de los que marcan época por lo frío y porque
nos ha
pillado en plena campaña de recopilación de papeles por
mor de
los traslados y el acceso a cátedra, vía méritos
personales,
cursillos y antigüedad en el cuerpo o en
el último
destino.
Eso de valorar los pelajes académicos es muy
delicado, porque hay profesores
que han
realizado cursillos en el año "catapum", en que no se
contabilizaban
las horas, pero ahora resulta que hay que
especificar
las horas de todo curso o cursillo y los organismos
que en
su día los convocaron se las ven y se las desean para
calcular,
redondear y emitir o no su cuantificación certificada,
no
siendo ésta siempre justa si se tienen en cuentan los
comentarios
que por ahí circulan. La justicia es realmente ciega
y no es
capaz de percibir y calibrar no ya estas cualidades sino
otras
de toda índole que el sufrido profesor atesora, no tan sólo
en un
cursillo, sino en cada minuto del día y más si éste se
presenta
frío, gélido, en el aula, en los pasillos,
en la sala
de
profesores, en el instituto todo.
Hoy es uno de esos días excepcionales -hay
que decirlo- en
los que
la calefacción ha dejado de funcionar. Es un día a tener
en
cuenta para una imaginaria hoja de méritos especiales que
debería
sumarse a las otras de los cursillos oficiales; bueno, y
los
días en que los radiadores emanan un insoportable calor;
esos, deberían también tenerse en cuenta, aunque,
personalmente,
los
valoraría a la mitad comparados con el día que frío.
El caso es que en el posible certificado por
este día de sufrimiento
antártico
sólo podrían ser contabilizadas, en la mayoría de los
casos,
tres horas, las que el personal discente aguantó en las
aulas...
Luego, se esfumó en su mayoría; los profesores, sin
alumnos,
se quedaron desconcertados, sin aliciente ni motivación
y
desfilaron, siguiendo sus apresurados y ruidosos pasos hacia la
más
gélida calle.
¿Por qué no se prolongó el horario lectivo
más allá de esas
tres
horas? Sencillamente, Dirección, pasando
por encima de sus
propios
intereses, despreciando la posibilidad de almacenar todas
la
horas de ese lunes de frialdad para un merecido reconocimiento
oficial,
optó por convocar maternalmente a los delegados y
hacerles
ver lo frío del ambiente y la posibilidad que teñían de
tomar
una "decisión responsable" por si sus juveniles cuerpos y
los de
sus compañeros, a los que representaban, no fueran capaces
de
aguantar la inclemencia del tiempo hasta las diez menos cuarto
de la
noche.
En la cuarta hora lectiva, con el instituto
casi vacío, el
aula
número cinco vio aparecer siete alumnos
y al profesor,
también;
uno de aquellos estuvo trabajando con
los brazos
arremangados
-los hay atrevidos-.
Ni el calor ni el frío ni nada que se
interponga a un mínimo
esfuerzo
y autocontrol que potencie las esferas operativas,
educacionalmente
hablando, pueden por sí solos, de momento,
mover a
nuestros alumnos ni a otras personas que ya no lo son,
para
hacer que la enseñanza funcione normalmente, ni que el
recinto
didáctico se llene con profesores y alumnos aplicados a
una
educación para la vida, que pide un poco más de esfuerzo a
cuatro
bandas -alumnos, profesores, sociedad y gobierno- de
ese
tablero de juego que se llama aula y que casi se calienta
(físicamente)
con el calor animal...
Oficialmente, lo que cuenta son los méritos
fácilmente
computables,
es decir, las horas de cursos y
cursillos, porque ni el frío,
ni el
calor, ni el esforzado trabajo diario -siempre extraordinario-, ni los ejemplos
y sabios consejos, son mensurables en estos menesteres
burocráticamente
necesarios a la hora de cambiar de instituto,
para
acceder a un cuerpo superior en la enseñanza, para potenciar
las
facultades de nuestros alumnos y para mejorar su demacrada y
helada
faz.
Todos pasamos frío alguna vez así como otras limitaciones para educar a quienes deberán formarse y llegar a ser quienes dirijan esta sociedad.
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