martes, 31 de diciembre de 2013

tutorial para pintar un paisaje

Paseo por la rivera izquierda del río Duero a su paso por Zamora en noviembre de 2013 .
Plasmo los pasos  en la realización de cinco notas de color.
Son días de luz, pero algunos días ésta es cambiante a causa del viento y de las nubes.
Éste es el enlace.

Cuento para el invierno

El ratón relojero     Cuento para una noche sin sonidos
  Contado a un hijo el 10-6-1994 y reescrito e ilustrado en 2013.

Jesús Masana
   Un anciano relojero vivía, hace muchos años, en una ciudad de Suiza rodeada de verdes montañas –que en invierno se volvían casi blancas por la nieve-.
  Fabricaba relojes que vendía a sus conciudadanos y a cuantos se acercaban a su afamada tienda; pero algo ocurrió que le puso muy triste. Aquella Navidad iba a ser muy triste...
   Sus relojes dejaban de funcionar al poco tiempo de ser construidos…
   Reflexionaba el anciano en su mecedora, fumando su retorcida pipa de abedul, mirando sus  volutas de humo y, a lo lejos, las nubes que coronaban las cumbres de los montes, tras los cristales de la ventana cargados de gotas de vapor de agua.
   En la chimenea chisporroteaban secos troncos de abeto.
   Un ronroneante gato negro de sedoso pelaje, acurrucado en sus piernas, se dejaba acariciar por la mano del maestro.
   La mirada expectante de éste se dirigió al cuco que asomó en aquel instante por la ventanita del último reloj que acababa de colgar en la pared. Eran las doce, del pico mecánico del cantor sólo brotaron tres breves sonidos.
   -¡Cucu, cucu, cucu!
El relojero se levantó como un resorte. El gato saltó al suelo, protestando por dejar la cómoda posición en la que encontraba.
   El anciano esperó, durante unos instantes, la continuación del soniquete; fue en vano: sólo se oyó un breve chasquido que presagiaba una avería total.
   En la cara del felino se dibujó una media sonrisa y sus ojos brillaron de satisfacción.
   -¡Qué bien estoy sin escuchar el constante tictac de los relojes y los chirridos de sus cucos! –pensó, acurrucándose en la falda del relojero, que se había sentado otra vez en el sillón de cuero protegido por una manta de lana.
   El repentino silencio de la habitación sólo era roto ahora  por el crepitar de la leña del hogar.
   -¡Si acabo de fabricarlo y funcionaba bien hace una hora!… –dijo en voz alta el relojero.
   Ninguno de sus relojes tenía vida ya; desde los más pequeños a los más grandes, desde los de pajarito cantor, los de pulsera, con su carita redonda y las manecillas en constante movimiento y los números quietos en su puesto, hasta los de caja vertical y tan altos como una persona, con su péndulo y sus pesas menguantes y crecientes, marcando el paso del tiempo con el son armonioso de su carillón.
   El gato bostezaba, ajeno a la tristeza del fabricante, cuando éste se puso en pie; ello obligó a saltar de nuevo al suelo.
   -¡Qué fastidio! –dijo con un maullido.
   El relojero caminaba de un lado a otro repasando mentalmente cada uno de los pasos seguido en la construcción del último reloj, mientras llenaba la habitación con el humo de su cachimba;,
   -¿Dónde está la causa de esta desgracia? ¡Todo ha estado correcto! –repetía una y otra vez  dándole vueltas y más vueltas al asunto.
   El silencio reinaba en la casa, el taller y la tienda. Ya nadie se acercaba a comprar los famosos relojes de Maese Clockwach.
   Pero hete aquí que un día en que el viejo estaba más triste y abatido que nunca por su  situación, estando él en el taller frente a uno de sus relojes abierto y despiezado frente a él, intentando descubrir la causa de su mal funcionamiento,  el sonido de una ruedecilla dentada que cayó delante de sus antiparras le hizo levantar la vista de su trabajo.
   Sobre la estantería, sobre del lugar donde trabajaba, vio el hocico de un ratón chiquito.
   En aquel momento el peludo gato gordinflón entró en la habitación como un huracán.
   Con un salto extraordinario se colocó donde se hallaba el ratón, que justo a tiempo se desplazó a través de la estantería hacia la puerta, que había dejado entreabierta el felino. Éste lo persiguió; entre los dos dejaron limpio de relojes y cachivaches su trayecto, haciéndolo caer todo al suelo.
   El joven ratón salió a la fría calle por la gatera de la puerta, afortunadamente abierta en aquel instante; el gato fue tras él intentando salir también por el mismo sitio, pero  el mismo sitio, con tan mala suerte que, al cerrarse por sí sola la trampilla, se estrelló contra la puerta.
   -¡Miauuuu! –gritó, retorciéndose de dolor.
   El viejo se había levantado de su silla de trabajo siguiendo con admiración lo que estaba ocurriendo. Se asomó por la ventana y vio al intruso ratoncillo esconderse en el jardín.
   El gato todavía estaba maullando lastimeramente, como pidiendo auxilio a su amo, restregando su lomo en sus piernas.
   A la mañana siguiente, un día lluvioso y triste, estaba el anciano contemplando el paisaje a través de la ventana, cuando dio un salto atrás al aparecer, repentinamente, detrás de los cristales, el mismo ratón del día anterior.
   -¡Ábreme, que quiero decirte una cosa! –sonó una vocecita a través de los húmedos y helados cristales.
   El relojero se quitó las gafas; no podía dar crédito a lo que estaba ocurriendo.
   Miró hacia todos los lados y comprobó que el gato no estaba en la habitación (se hallaba junto a la chimenea, desconsolado por su fallida caza y magullado por el golpe del día anterior).
   Abrió la ventana pausadamente lo justo para que pasara, por la rendija, el pequeño ratón hablador.
   -El gato que tienes no me deja entrar en tu casa y paso mucho frío en tu jardín. Si me dejas vivir en tu casa, te ayudaré a construir tus relojes.
   -¿Cómo lo vas a hacer?
   -Creo que sé por qué no funcionan.
   -Vamos a hacer una prueba. En esta habitación tienes cuatro relojes, dos colgados de la pared y dos grandes, de pesas. Esta noche te voy a dejar entrar y voy a confiar en ti 
   El ratoncillo, aterido de frío y satisfecho por cuanto escuchaba, se frotó el hocico con sus manitas. 
   El relojero salió de la habitación, cerrando la puerta detrás de él.
   Aquella noche el relojero soñó que el ratón se había convertido en un joven ayudante    que se afanaba en reparar todos sus relojes.
   Se levantó muy pronto; miró instintivamente el reloj que cada día le despertaba, sobre su mesilla de noche, que no emitía ningún sonido.
   El gato saltó de la cama donde estaba durmiendo a los pies de su amo contrariado por la repentina madrugada.
   Instintivamente siguió al impaciente relojero, que casi corría por el pasillo que conducía a la sala de estar donde había dejado al ratón el día anterior.
   Los bigotes del felino captaron la presencia de un ratón.
   -¡Miauuu, quiero comerme este bichoooo!
   Cuando el viejo llegó a la puerta de la habitación donde se encontraba el ratón, el gato había llegado ya antes que él y empujaba con todas sus fuerzas.
   -¡Fuera de aquí, Micifú! –dijo el relojero, empujando enérgicamente al gato con el pie.    Abrió la puerta y la cerró con rapidez, evitando que el gato entrara con él.
   Un conocido sonido acarició sus oídos: los cuatro relojes funcionaban rítmicamente.
   Triunfante, sentado en la cima de uno de los relojes estaba el ratón sentado y sonriente.
   -¡Gracias, ratoncillo! Te contrato como ayudante. Te voy a traer queso y agua; te quedarás en la tienda para recuperar todos los relojes.
   -¿Y el gato? Tengo miedo que me coma…
   - Lo voy a encerrar en una caja hasta que acabes con tu faena.
   El ratón cumplió su trabajo con un éxito total.
   El gato no dejaba de quejarse en su cárcel de madera.

   El viejo relojero estaba intrigado por la habilidad del ratón y le preguntó cómo había conseguido arreglar sus maltrechos relojes.
   El ratón, viendo que el viejo deseaba conocer su secreto, agradecido por los cuidados que de él recibía, se decidió a comunicárselo.
   -Mira esta pequeña caja –dijo el ratón abriéndola ante los expectantes ojos del anciano.
   Ante él tenía un manojo de finísimos hilillos.
   -Son pelos de gato – le explicó el ratoncillo- he encontrado uno de ellos en cada reloj.
   -Son negros, de Micifú –dijo el relojero.
   - Estaban colocados en el interior del mecanismo, entorpeciendo su función. Tan finos son que tus viejas gafas no los descubrían cuando intentabas arreglarlos.
   -Ahora me explico el disgusto de Micifú cuando sonaban mis relojes…Y que cada noche desaparecía de la habitación, cuando yo estaba dormido, para hacer sus tropelías en el taller.
   Ahora, en la casa de Maese Clockwach se pasea por doquier un pequeño ratón.
   Micifú está deambulando por las calles de la ciudad, buscando otro hogar caliente.
   El ratón gozó de la mejor Navidad de su vida. El anciano sonreía tras el humo de su retorcida pipa...

(Esperemos que el gato egoísta haya aprendido la lección y no moleste ni haga lo que no es debido a quien le acoge y quiere).
  


                                                                           FIN
   
   

  



viernes, 27 de diciembre de 2013

construyendo la navidad

Proceso material de la confección de un Belén doméstico, símbolo de unión, perdón y proyecto de vida. Lugar de encuentro fraterno de personas. Memoria de otro encuentro entre Dios y la Humanidad.

lunes, 23 de diciembre de 2013

sillas para descansar

Meditaciones, sentados en una silla de múltiples facetas y connotaciones.


miércoles, 11 de diciembre de 2013

CENCELLADA EN ZAMORA

El agua del éter se enfría y surge el meteoro llamado cencellada, pequeñas partículas de hielo, con ese aspecto albo que cubre y transforma nuestros paisajes. Demos un paseo desde nuestra casa a los alrededores zamoranos.