miércoles, 30 de abril de 2014

UN CUENTO

(Cuento escrito hace más de cuarenta años y de rabiosa actualidad, habida cuenta de las trifurcas  callejeras en las que se envuelve el derecho a manifestarse y la violencia ácrata de sectores extremistas que reivindican el poder sin pasar por las urnas democráticas)            
                                                         EL CHICO DE “COU”    Jesús Masana                                             El pobre diablo -diablo, en el buen sen­tido de la palabra, claro- no había visto nunca cosa semejan­te.
El ambiente era realmente especial, pasteurizado, todo casi igual, algodonil, espiritual.
                                                        En el centro, sobre una ventanilla cerrada, un le­trero.
Se acercó: 1X2.
Con miedo opresor e instintivo llamó con los nudillos de su temblorosa mano.
La diminuta ventana bostezó lateralmente mostrando la faz de un funcionario de  nívea barba.
-  Hola, jovenzuelo. ¿Cómo te llamas? - preguntó el anciano de la ventanilla.
-  Oiga, señor -protestó éste dejando de
temblar- creo que no es necesario que le dé mi nombre para  retirar uno de esos papeles para rellenar la quiniela del domingo; por cierto, ¿me podría indicar dónde estoy? Todo eso me parece un sueño.
   -Has llegado al 1X2 de la vida -dijo el
inefable personaje blanco de la taquilla, comenzando a impacien­tarse-  ¡basta  ya! Dame de una vez tu nombre. ¡Tengo mucho trabajo!


-  ¿El 1X2? Explíquese mejor, Papá Nolel;
porque Vd. es Papá Noel, ¿no?
-  Muchacho -le atajó bruscamente el funcionario-
no mezcles las cosas profanas con las que no lo son. Y, para tu información, te diré que, hace unos instantes, vivías, pero des­de ahora, sólo eres espíritu, alma, soplo; en pocas palabras: has muerto. Si tan empeñado estás en ocultarme tu nom­bre, te incluiré en la lista negra…

-   No se moleste, ancianito - protestó el "muerto”- me llamo José Ruidórez Rebóllez ,  para los amigos, Pepe, estudiante de "COU".
— ¡Retruenos! Ya empezabas a gastarme la pa­ciencia -masculló el funcionario, colocándose unas extrañas antiparras espirituales-.
De forma relampagueante, repasó las interminables listas de nombres de un voluminoso libro  moviendo hojas y hojas con un velocísimo toque táctil.
Por fin encontró lo que buscaba. Resopló y miró  a
su interlocutor por encima de las gafas.
Al pobre estudiante se le hicieron siglos los
pocos segundos que el misterioso anciano empleó para leer y hallar algo…
-  Cada vez comprendo menos esos juicios de hoy
día –balbució el viejo-; en mis tiempos...
-  ¿Qué dice ese libro sobre mí? -inquirió Pepe
impacientemente.
Aparecieron dos robustos angelones, volando de
nube en nube. Traían un pote de pintura y una brocha de pintor de paredes.
A una señal del blanco funcionario marcaron con chorreante pigmento de color indefinido al pobre muchacho: X.
El poco tiempo que duró la operación pictórica
pareció divertir mucho a los dos “angelitos” que hacían lo imposible por parecer serios, protocolarios, pero la risa pugnaba por esca­párseles a cada instante. Cuando estuvieron un poco lejos, acabado su trabajo, estallaron en mil risas, revolcándose entre nubes y nubecillas.
Pepe seguía temblando con la gran equis en la espalda.
     La voz del anciano grito desde la ventanilla:
Al limbo!
    Pepe Ruidóréz Rebóilez rebotó de espacio en espacio, de resplandor en resplandor, con la misteriosa señal en el dorso de sus albas vestimentas, hasta llegar a ¡las mismas puertas del Limbo!
       ¿Qué había hecho  Pepe?  Mejor,   ¿qué no  había hecho  para ir a aquel lugar?
       No  había sido ni bueno  ni malo porque nunca  supo  distinguir entre  el  bien y  el mal.   Tal vez  alguno pensará que fue un idiota de nacimiento. No,   no  fue  tonto, pero  - y  esto   es lo maravilloso- nunca supo qué   estaba bien hecho y qué no  era correcto.
     Mientras vivió  hizo  sufrir a  todo   el mundo: a sus papás,   los  profes del cole,   los dos  canarios de  su casa cuando tenía  cuatro  años,   el gato,  a los  seis,   los perros,    a los ocho. Pero  lo hizo  todo  sin mala fe,   porque  sí,   sin darse  cuenta de nada, dejándose llevar...
        ¿Quién  sabe  cómo   es y  cómo  no  es el limbo?
        Sigamos  a Pepe por las  interminables calles de nubes asépticas hasta la entrada de su nueva morada.
¿Qué  está haciendo  ahora?

Bulliciosa   música   sideral   sonaba   tras   la
acogedora y patente puerta del limbo, letreros luminosos, pancartas de bienvenida y voces, muchas voces, en honor de nuestro Pepe.
El que fuera estudiante en la Tierra sintió la presión de una mano sobre su hombro.
-Me llamo Andrés -se presentó el dueño de
la acogedora mano-; cuantos llegan a esta dilatada mansión se les asigna un guía; yo seré el tuyo hasta que te encuentres ambientado, como en casa.
-Gracias, Andrés. Yo me llamo José, Pepe
para los amigos -dijo el muchacho apretado la mano que se le tendía.
Los nuevos amigos quedaron solos en aquella extensa "pradera" blanca.



                                                   -¿Te apetece un refresco, Pepe? Seguramente el tipo de las oficinas de recepción te habrá mareado un poco...
-  No me lo recuerdes, Andrés.
-  A mí me ocurrió lo mismo y casi me remite  al
Infierno cuando “escocido”, le arranqué cuatro plumas a un angelote que me pintaba la espalda...
                                                            -Se me olvidaba, ¡el refresco!
Diciendo esto y ante la admiración del nuevo
habitante celeste, hizo un gesto con las manos y apareció una deslumbrante bandeja de refrescos.
-  ¡Es maravilloso! - acertó a pronunciar Pepe.
-  Esto no es nada – se excusó el anfitrión-.
Con un poco de entrenamiento también tú podrás hacerlo; yo te ense­ñaré... Pero lo más interesante es lograr un puesto en el "viaje".
-    ¿El "viaje"? -le cortó Pepe acercándose un
vaso a la boca.
-     ¡Claro! ¡Eres un 'neo'! – justificó Andrés.
Saciada su sed y con ademanes
similares a los que
sirvieron para traerlos refrescos, hizo desapa­recer lo que de ellos quedaba.
-No cabe la menor duda que Andrés es para mí
un verdadero amigo -pensaba nuestro Pepe cuando aquél se alejaba sonriendo.
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Andrés se retorcía de risa y gritaba a los cuatro vientos: ¡Es una broma! ¡Es una broma!
-   No hagas caso, compañero -oyó que le consola­ban a su espalda.
Era una voz fina, aflautada.
Pepe se volvió lentamente, dejando de mirar por una de las mirillas del platillo volante, hacia el que le habló:
-  No entiendo nada de lo que me está pasando...
-  Andrés ha logrado incluirte en la lista de
los "viajeros" creyendo molestarte, pero te ha hecho un gran favor... Se te otorga otra oportunidad -filosofó el de la voz atiplada.
Sí, José Ruidórez Rebóllez formaba parte de la dotación de un platillo volante.



Mientras se colocaba en el lugar que se
le asignara como "viajero" hacia la Tierra en el misterioso apara­to,  su cabeza comenzó a dar vueltas.
                            ¿Qué había pasado?
Intentó ordenar sus ideas.
El Limbo, la entrada en el mismo, el anciano de la taquilla...¿Y antes?

Por fin vino a su mente el hilo de la
cuestión...Recordaba un tremendo golpe en la cabeza...un rugir de masas...las "masas” eran estudiantes... estudiantes en plena mani­festación. ¡Claro! Él era un estudiante que participaba en la desordenada procesión...
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Aquella era la mañana "H". Todo estaba
minuciosamente preparado para la magna reunión. Como un solo hombre se echaron a la calle: eran estudiantes.
En su casa se lo repetían a menudo:
- Pepe, no te dejes engañar, son cosas de los camorristas. Cuando veas la cosa oscura, ven a casita.
                            Pero él se dejaba llevar; era tan cómodo... y emocionante...
Como un rito, retorcido y ruidoso rito, comenzó una vez más  la manifestación, una más...
                                                                                   Gritos,  pancartas,    letrillas   pamfletarias,   pasos, corridas…
                                                                       Más tarde, policías, pistolas, mangueras de
agua, porrazos, gritos desgarrados, chillidos, gente que corre, cristales desintegrados, coches ardiendo y, de pronto, un fuerte y dolo­roso golpe en la cabeza de José Ruidórez...
                                                                 ¿Se pegó con el borde de la acera? ¿Le cayó una teja? ¿Quién lo podrá saber jamás? Cayó al asfaltado suelo...


+ + + + + +
                                                                        Los potentes motores del platillo comenza­ron a funcionar. Todo parecía vibrar al compás de sus impulsos: los reforzados cristales, los asientos y sus ocupantes, las paredes de la máquina y todos los habitantes del limbo, reunidos a su alrededor, vociferan­do.


Pepe despertó de sus pensamientos.
-¿Qué pasa?
- No debes preocuparte; esto ocurre cada vez
que un recién llegado en remitido a la Tierra. No has tenido tiempo suficiente para conocer las reglas que rigen en el limbo... Un riguro­so orden es norma para designar quiénes deben formar la dotación de los platillos que, periódicamente, son enviados a la Tierra...Cuando se produce la excepción, como en tu cano, hay protestas...
El que había hablado era uno de los que acom­pañarían, a nuestro amigo, sentado junto a él.
Pepe insistió:
-  Pero nadie sabía que yo había sido incluido­
entre los "viajeros"...
-  Nadie que no fuera Andrés -le aclaró su
interlocutor-, es un experto en líos. Seguramente ha sido él el que ha corrido la voz de tu presencia en la nave.
Entre el bramar ensordecedor de los motores llegaban las confusas voces de los manifestantes.
¡Queremos una oportunidad!
-¡Abajo los "enchufados"!
-¡Justicia, igualdad de oportunidades!
-¡Esto no es Vietnam!
-¡Viva Mao!
-¡Abajo!
Una nube de gases quemados envolvió las vo­ces y los vociferadores. El "viaje" había comenzado. Despegaron.
Ya sólo llegaban muy débilmente algunas
sílabas ininteligibles cuando el platillo enfiló el rumbo a la Tierra, después de haber sobrevolado en círculo la indescriptible extensión del Limbo...
En las pantallas televisivas del aparato
intersideral los seis pasajeros pudieron contemplar,  el paso de mil cuerpos espaciales, diez mil estrellas (tal vez unas más).
-   Pronto llegaremos a nuestro destino, compañeros



-informó el "viajero" de la voz atiplada-. En las pantallas hay ya pequeñas interferencias de las estaciones terrestres...
No había acabado de hablar cuando se comenzó a perfilar la silueta de un ser humano. A los pocos instantes la visión era perfecta.
-"Queridos teleespectadores, como ya les
hemos venido anunciando, les presentamos, a continuación, un reporta­je pormenorizado de las últimas manifestaciones estudiantiles, vergonzoso espectáculo de una sociedad que se llana civilizada.
Con voz en "of" fue relatando pormeno­res e ilustrando lo que se narraba.
-Con tácticas militares, dejando
atrás todo respeto a la autoridad, se precipitan en estos momentos contra el triple cordón policial. Tanto policías como estudiantes usan casco protector y porras de goma y otros  elementos contundentes.  Aque­llos lanzan sus granadas lacrimógenas y abren las mangueras de  agua contra los manifestantes que retroceden, después de haber incendiado doce vehículos oficiales y  dejar  fuera de  combate  a  trece  agentes de la  seguridad,   éstos logran reducir por la fuerza a doscientos...Los Partidos pro-comunistas y pro-chinos dedicaron todas  sus fuerzas en el intento  de que esta    manifestación se llevara a cabo...Y,   entre las pretensiones de cambio de Rector de la Universidad,   de Plan de Estudios y del Ministro  de Educación,   se han pedido  aumentos de  sueldo  para los  traba­jadores y buenos  trates  para les prisioneros del Vietcong.
Con estas  Palabras terminó   el reportaje gráfico-televisivo y apareció  en la televentana la amable  sonrisa
de una presentadora que  anunció,   tras  cinco minutos de  insistentes anuncios.

— Muchas gracias por su atención, amables
teleespectadores. A continuación, y por reajusten en nues­tros programas, les ofreceremos unos momentos de dibujos animados...
La femenina faz se alejó en la blanca
penumbra de la Pantalla que cesó bruscamente de retransmitir imágenes mientras los altavoces de la nave gritaban:
-Les habla el piloto automático del plati­llo. En pocos minutos tomaremos tierra. Ajusten los aparatos de seguridad de sus propios asientos.



Pepe, después de dudarlo mucho, llamó a la puerta. Se oyeron, pasos menudos. Se abrió la Puerta.
-Hijo, ¿eres tú? -dijo la señora, al
ver al muchacho.
                                                     -Hola, mamá-dijo éste entrando tras ella.
-¿No te ha pasado nada malo? Deja que te contemple.

La  emocionada señora no se cansaba de

mirar y abrazar a su hijo. Éste se desprendió de ella y se dejó caer en un sillón.
-  No, mamá, no me ha pasado nada... Estoy perfectamente.
-  Gracias a Dios, menos mal -suspiraba
la pobre mamá-, tu padre ha salido hacia el hospital para ver si te encontraba… Pero, ¿de veras no te ha pasado nada? Estás tan quieto, tan extraño...
El chico hizo un gesto con los hombros, tomando el periódico.
-  Oh, aquí habla de la manifestación...
-  Sí, hijo, lee eso. Tu nombre aparece
en los que han sido heridos ... Todos temblábamos por ti... Siempre te hemos dicho: Pepe, no te dejes engañar, son cosas de los comunistas.; cuando veas la cosa oscura, ven a casa.
-   Claro, mamá.
Era verdad. Su nombre estaba allí: Pepe Ruidórez Rebóllez, con letras en negrita, de periódico.
¿Una equivocación?
Una llave giró en la cerradura de la puer­ta del piso de los Ruidórez: llegaba papá.
-   Menos mal -suspiró al ver a su hijo
sentado tranquilamente junto a la mesa- hace rato que sufríamos todos, pero veo que estás bien.
Pepe se levantó y saludó a su padre, que
tomando el periódico murmuraba.
-    Esos periodistas mal informados...
D. José Ruidórez, aliviado, rio a gusto con el periódico entre los dedos, sentado a mesa, que su mujer estaba preparando para la comida. Pepe había salido a lavarse las manos.
-  Oye, José, ¿no han notado algo raro en nuestro­ hijo? -dijo la señora, dejando los platos sobre el blanco mantel.
-   No, mujer, -contestó fijándo su atención en una noticia.
“…la criada, al tender la ropa en la terraza, vio cla­ramente cómo un platillo volante se posaba no lejos de donde ella estaba. Salió corriendo y descendió a la sala, donde se encontra­ba la señora de la casa contándole lo que había visto. Cuando las dos se hallaron en la terraza y miraron en la dirección en que apareciera el misterioso artefacto no vieron más que una mancha oscura en el suelo". -¡Es fantástico y sencillamente tonto! ¿No te parece, Josefa?
-¿Cuándo se come en esta casa? -dijo festivamente el hijo entrando en el comedor.
-   ¡Ahora! -respondió doña Josefa encaminándose
a la cocina, sonriendo.
A D. José le hizo mucha gracia lo del platillo y, hundiendo su cuchara en la humeante sopa preguntó a su hijo.
-  ¿Qué pueden ser los platillos vola­dores? Yo opino que es un cuento, un cuento más de los periodistas.
-  Sí, debe ser eso, papá -murmuró Pepe
atragantándose y quedando, a continuación, como hipnotizado, ausente.
-¿Qué te pasa? ¡Hijo, ¿te encuentras bien?-exclamó su madre, asustada.
El muchacho, despertando de su fugaz letargo, miró a sus padres.
-  ¿Dónde estoy? Ah, sois vosotros.
-  Desde luego; reconozco, hijo, que estás algo
rarillo, como si vinieras del limbo -suspiró D. José secándose los labios con su servilleta preferida de rayas verdes y amarillas.