sábado, 27 de junio de 2015

UNA DEL OESTE 7


  -­De dónde vienes, de un baile de máscaras?   -­soltó Rocker, satisfecho de su propia ocurrencia, golpeando rítmicamente su pantalón con el látigo; en su ruda mano brillaba  la empuñadura del terrible "Culebra”.

  John frunció el ceño, encogió de hombros y decoró su cara con un rictus ambiguo, entre irónico e inocente.
 Tomó un pico del almacén y, cuando se disponía a poner el pie en el montacargas para descender a la mina,  sintióse arrastrado violentamente por la fuerza de un vigoroso zarpazo, que lo lanzó de espaldas a tres metros y pico de donde estaba.
  Quedó el pobre, atontado, lleno de polvo, tirado por el duro suelo. Las puntas de sus botas se miraban hipnóticamente. Pasó la mano por la frente perlada de frío sudor polvoriento. A su lado estaba el capataz con su Culebra-látigo que miraba al caído, displicente, altanero, casi compasivo.
 Rooker abrió la boca para decir algo para mostrar su fingida conmiseración, pero…
 -¡TOCH!  - Un tremendo puño casi se encajó en sus fauces. Rocker aprovechó la ocasión para morder la mano que se le tendía, pero un seguro derechazo se incrustó en la boca, ahora, de su estómago.
 No intentó una segunda mordedura con la boca de éste, pues comprendió que sería más efectivo emplear los puños. Esto es lo que pensó, pero optó por retorcerse desmesuradamente de dolor y cerrar instintivamente sus maliciosos ojuelos.   John, que no era ciego, dejó a su víctima, tomó el pico, y sin decir esta boca es mía, bajó a la galería donde se efectuaba la extracción.
  Rooker dejó de encorvar su gran humanidad y, acercándose a la entrada del pozo, masculló diez imprecaciones, una tras otra y se alejó, dejando la venganza para una ocasión más propicia.

 -¿Qué te ocurrió, querido Rooker? ­dijo el Sr. Drack acercándose parsimoniosamente a su fiel capataz­ te veo como deprimido...
 -­Nada, -­se defendió el aludido pasando la mano izquierda por la boca y mirando torcidamente al rico propietario ­me tropecé con una piedra.
 ­-Dura piedra debía de ser­ -zanjó el Sr. Drack­  -¿No has visto a ese tipo nuevo últimamente?
 ­-¿A John Duard? Sí que lo he visto, -y pasó su fiera mirada al látigo empuñado por su mano izquierda ­-ya ha llegado, Sr. Drack.
 ­-Cuando salgan de la mina los muchachos, me lo mandas. No permito que nadie llegue tarde al trabajo.
 ­-Déjemelo de mi cuenta, jefe; yo sé cómo hay
que domar a los tigres ­ -contestó blandiendo su “Culebra”, que restalló en el aire.

 ­-¿No sabes nada sobre el paradero de tu hermana? –le preguntó el capataz, al pasar por su lado, golpeando su látigo en el suelo polvoriento.
 ­-No he podido averiguar gran cosa. Ayer andaba por los alrededores un sujeto que parecía un indio apache. Vestía como nosotros. Por la noche vi un jinete cabalgar hacia las montañas.
 -Debía ser Sama, uno de nuestros peones; por la tarde estuvo junto al río dando de beber al ganado.
 -No he podido dormir en toda la noche.  Emprenderé la búsqueda de madrugada, guiándome por el admirable instinto de mi caballo…
 Rooker se alejó con una mueca socarrona en sus labios.

 El caballo le condujo hasta linderos del bosque. El noble animal se paró, estiró el cuello, alargó las orejas.
 John hizo lo mismo.
 Un disparo le aconsejó ponerse  al abrigo del plomo.

 Había ascendido ya hasta la falda del monte…

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