Era pequeña, tan
chiquita que ni tenía fuerza para dejar tras de sí un reguero de centellas
chispeantes en la noche veraniega.
Sus hermanas estaban
orgullosas de sus largas cabelleras de fuego, desplegadas en el espacio de
azulada oscuridad.
Pensó el modo de
solucionar su diferencia luminosa con los demás cuerpos celestes semejantes a
ella. Se deslizó, amparándose en su oscura condición, hacia un tupido bosque de
la Tierra.
De pronto, los
árboles, las nubes y el cielo fueron iluminados por una claridad inusitada,
camino de la estrella que se acercaba…
Sus hermanas giraron
su mirada hacia aquel fenómeno, tan diferente a sus colas resplandecientes. Su
aspecto era más cálido, lleno de amistad…
Era el aliento
cálido del anciano dragón del bosque, que veía acercarse una amiga del espacio.
Cansado de su bosque milenario se montó en la estrellita sin luz.
Su hogar sería ahora
el ancho cielo, cabalgando en la estrella, que desde ahora podía presumir de
una hermosa cola de fuego de un dragón amigo.
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