Zamora es una ciudad cargada de Historia y de historias; sus rincones dan fe del arte y el carácter de sus gentes.
Pero, hay de todo...
PIEDRAS QUE HABLAN, O
CASI... JESÚS MASANA MONISTIROL
Hoy vamos de piedras de
murallas, las de antes, que servían para defenderse de los ataques
del enemigo (y para echar, tras ellas lo que no servía, la basura),
que definían, en fin, la ciudad a la que abrazaban.
Había un protocolo,
unas costumbres muralliles: Vigías en las almenas, albañiles y
guardianes de las puertas, que cuidaban del sagrado menester de
abrirlas al salir el sol; la noche, la avisadora del cierre.
El paso del tiempo ha
hecho cambiar no solo el aspecto de las piedras sino su función y
hasta su existencia.
La ciudad fue creciendo
poco a poco y a golpe de piqueta ha hecho desaparecer metros, tramos,
kilómetros de muralla; no ha necesitado ya su protección ni ha sido
consciente de futuras necesidades que podrían solucionarse con su
conservación. La ignorancia, la especulación, el reaprovechamiento
de los sillares pétreos han dejado Zamora como está: a vista de
pájaro y tomando la muralla cual dentadura, como boca desdentada,
trozo/diente aquí, tramo/muela, allá... Pero eso sí, conservando
su fuerza y su gracia.
Desaparecieron por
fortuna los antiguos e históricos asaltantes, foráneos o hermanos,
pero están surgiendo otros, hijos de la propia ciudad, que
teatralizan con cruel realismo, semana tras semana, las gestas de
aquellos romanos, árabes, Sanchos, franceses...
El espíritu que animó
a los defensores de antaño se ha desvanecido ya y no acompaña a los
sufridos habitante de hoy, que tras las murallas, asisten a la
barbarie de la hordas modernas.
Sólo algunos cubos y
lienzos de muralla resisten han resistido a la especulación, la
ignorancia, la desidia de los tiempos y de quienes transitaron a su
vera o edificaron sus casas aprovechando sus piedras arrancadas,
apoyados , arrimados, superpuestos a aquélla; con la modernidad de
un nuevo peligro: el botellón...
Estos días nos
contemplan con languidez los restos de lo que fuera la puerta de
Santa Clara, a dos palmos del nivel de la calle actual, interrogando
al viandante qué va a ser de ellos... Los planos modernos están
ahí y la “la vida sigue”: quedarán de nuevo bajo tierra y en
los anales de los archivos de Patrimonio en forma de plano y en papel
fotográfico. Entre las defensivas piedras de antaño correrán las
fibras ópticas, los tubos de telefonía, los gases domésticos, los
hilos eléctricos...
Tras el levantamiento
de la planimetría del lugar histórico devolverá al silencio de los
ya olvidados los restos de unas piedras que vergonzantemente
ocultarán su rostro para que el de otros seres, humanos éstos,
con el suyo en apariencia normal pero realmente, “de piedra”.
¿No valdría una
simbólica muestra de cultura dejarlos a la vista o como mínimo
levantar un indicador ilustrando el hecho, que se ocultará en breve,
a las miradas del habitante y del foráneo?
Mas aunque se escondan
nuevamente estas vetustas piedras centenarias, correrán mejor suerte
que sus hermanas, que todavía en su lugar primigenio, soportan la
ignominia, los ataque de los propios habitantes de la histórica urbe
milenaria: la murallas de S. Martín. Las otrora atacadas por
vándalos, romanos, árabes o el regio hermano de Dª Urraca, son
claveteadas por las esquirlas del botellón, furiosamente catapultado
por brazos juveniles, ahítos de droga, mascando ya la su propia
derrota de final de juerga cada amanecer de sábado y de domingo...
El paseante de las
nueve de la mañana no podrá contemplar ya los restos de la batalla
ni el rastro del campamento juvenil en los recién barridos jardines
de la Bajada de S. Martín. Papeles, bolsas, vasos y elementos para
el olvido o la reflexión de padres, psicólogos, educadores y de
los propios jóvenes, contenedores abiertos y volcados, botellas,
botellines y botellones han sido guardados en el común lugar de las
miserias ciudadanas en las tripas de un camión de la basura...
A las siete de la
mañana, cuando por cuesta arriba o cuesta abajo se pierden los
últimos pasos de “asaltantes” de la ciudad, puede contemplarse
el espectáculo de una vergüenza ciudadana: la impotencia de vivir
en la normalidad, la prepotencia de una cultura que está haciendo
del placer inmediato el fin último de la existencia, el espectáculo
de una juventud depauperada en valores que ha roto las normales
ataduras del respeto al otro y a sí mismo y se está ligando con
grilletes de esclavitud del hedonismo más aniquilante.
¿Cómo se va a esperar
que se respeten los muros de la ciudad si antes no se respeta uno a
sí mismo?
Tenemos todos una labor
por delante: salvar las murallas y a sus asaltantes, que son nuestros
hijos. ¿Es educativo que les barramos sus desperdicio; que ocultemos
vergonzantemente los destrozos que han ocasionado los delirios de una
borrachera endémica y permisiva? Paseemos sí por la Calle Santa
Clara, incluso sobre los restos de las murallas que pronto serán
soterradas, pero hagámoslo también por S. Martín, a las siete de
la mañana y tal vez se nos ocurran ideas nuevas para ayudar a
nuestra juventud, para salvar a todos los habitantes de esta noble y
entrañable ciudad que es Zamora.
Las murallas han
hablado.
Foto J. Masana (7.00 AM – 7-05-06) – Parque de SAN MARTIN
Al fondo, iluminada por la primera luz del día, la iglesia de S. Isidoro.
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