-De dónde vienes, de un baile de máscaras? -soltó Rocker, satisfecho de su propia
ocurrencia, golpeando rítmicamente su pantalón con el látigo; en su ruda mano
brillaba la empuñadura del terrible
"Culebra”.
John frunció el ceño, encogió de hombros y decoró su cara con un rictus
ambiguo, entre irónico e inocente.
Tomó un pico del almacén y, cuando se disponía a poner
el pie en el
montacargas
para descender a la mina, sintióse arrastrado violentamente por la fuerza de un vigoroso
zarpazo, que lo lanzó de espaldas a tres metros y pico de donde estaba.
Quedó el pobre, atontado, lleno de polvo,
tirado por el duro suelo. Las puntas de sus botas se miraban hipnóticamente. Pasó
la mano por la frente perlada de frío sudor polvoriento. A su lado estaba el capataz con su Culebra-látigo que miraba al caído,
displicente, altanero, casi compasivo.
Rooker abrió la boca para decir algo para
mostrar su fingida conmiseración, pero…
-¡TOCH!
- Un
tremendo
puño casi se
encajó en sus
fauces. Rocker
aprovechó la ocasión para morder la mano que se le tendía, pero un seguro derechazo se incrustó
en la boca, ahora, de su
estómago.
No intentó una segunda mordedura con la boca
de éste, pues comprendió que sería más efectivo emplear los puños. Esto es lo que
pensó, pero optó
por retorcerse
desmesuradamente de dolor y cerrar instintivamente sus maliciosos ojuelos. John, que no era ciego, dejó a su víctima, tomó el pico, y sin decir esta boca es mía, bajó a la galería donde se
efectuaba la extracción.
Rooker dejó de encorvar su gran humanidad y, acercándose a la entrada del
pozo, masculló diez imprecaciones, una tras otra y se alejó, dejando la venganza para una ocasión más propicia.
-¿Qué te ocurrió, querido Rooker? dijo el Sr. Drack acercándose
parsimoniosamente a su
fiel capataz
te veo como deprimido...
-Nada, -se defendió el aludido pasando la mano izquierda por la boca y mirando torcidamente al rico
propietario me tropecé con una piedra.
-Dura piedra debía de ser -zanjó el Sr. Drack -¿No has visto a ese tipo nuevo últimamente?
-¿A John Duard? Sí que lo he visto, -y pasó su fiera mirada al látigo empuñado por su mano izquierda -ya ha llegado, Sr. Drack.
-Cuando salgan de la mina los muchachos, me lo mandas. No permito que nadie
llegue tarde al trabajo.
-Déjemelo de mi cuenta, jefe; yo sé cómo hay
que domar a los tigres -contestó blandiendo su “Culebra”, que
restalló en el aire.
-¿No sabes nada sobre el paradero de tu hermana? –le preguntó el
capataz, al pasar por su lado, golpeando su látigo en el suelo polvoriento.
-No he podido averiguar gran cosa. Ayer andaba por los alrededores
un sujeto que parecía un indio apache. Vestía como nosotros. Por la noche vi
un jinete cabalgar hacia las montañas.
-Debía ser Sama, uno de nuestros peones; por la
tarde estuvo junto al río dando de beber al ganado.
-No he podido dormir en toda la noche. Emprenderé la búsqueda de madrugada, guiándome
por el admirable instinto de mi caballo…
Rooker se alejó con una mueca socarrona en sus
labios.
El caballo le condujo hasta linderos del bosque. El noble animal se paró, estiró el cuello, alargó las orejas.
John hizo lo mismo.
Un disparo le aconsejó ponerse al abrigo del plomo.
Había ascendido ya hasta la falda del monte…
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