lunes, 28 de julio de 2014

ESTEMUNDO-2






   

  Siempre le había complacido contemplar aquel espectáculo.  Volvió la mirada a derecha e izquierda para ver lo que otras ve­ces había observado y, como entonces, poder gozar del espectáculo: un bosque de frondosos pinos, todos iguales, perdiéndose en la lejanía azul.
Los tallos rugosos hundiéndose en la obscuridad del suelo, las copas de los fantásticos árboles, brillando páli­damente, como un mar de orejas de monstruos verdes, alerta frente a un enemigo invisible.
...Y los pequeños aspectos de su huerto...
La sencilla hermosura del minúsculo caracol arrastrándose con  grandes cuidados. Hierbas altas obstaculizado sus pasos hacia el nido; bajo la piedra en la que muchas noches, sentado, meditaba...En el fondo del huerto.
La brisa mueve la diminuta alfalfa. Sube y baja como oleadas de líquido verde-oscuro y azul celeste.
Cuando ha pasado mucho tiempo y vio el resplandor de la Luna filtrándose entre las ramas del olivo, muy despacio, como si fuera un rito, se levantó para extender la vista alrededor aspirando el fondo de felicidad.
...Y dejó su huerto.
Esto, otras veces; hoy...
Su   h u e r t o
Todo fue desapareciendo: los árboles, el bosque, el mismo jardín




   Dentro de su cabeza resonaban unas voces, confusas primero; luego, poco a poco, se fueron aclarando.
   Los sonidos fueron teniendo bulto, formas distintas.
   Sí, los veía.
   Eran personillas, como geniecillos, pequeños, tal como los


había imaginado: con ojos, hora tristes, hora felices, cada uno de un  color;  abundaban los de color rojo, que eran los más graciosos y vivos.
   Como en las fábulas, ¿serían estos personajes los habitantes de un mundo nuevo? Creo que siempre habían estado con él, le eran tan familiares; hasta los conocía uno a uno.
   Por doquier, ojos amarillos, verdes, azules, morados, ocre…
   Se acercaban y los podía distinguir perfectamente.
   El humo de la imaginación había corporeizado el fruto de su fantasía como los  había visto en los cuentos, como los del primer cuento que le contaron: con la cabeza grande, con cuernecillos y alas, amigos de caracoles y mariposas de polvo de arcoíris, con una gran boca bajo una nariz pequeña, achatada y aquellos ojos tan grandes y transparentes; vestidos de origen vegetal con botones de corcho, muchos  botones en sus calzones y casacas. Sus botas de corteza. Con luengas barbas o sin ellas.
   Gorros puntiagudos coronando sus cabezas envueltas en ensortijados cabellos áureos.
   Le hacían señas, le invitaban a penetrar en su país.
   -¡Ven con nosotros!

Como una monótona canción repetían este estribillo.

 Podía ser un sueño.

Una parte de él se resistía y las ganas de descubrir en qué acabaría todo aquello le impelía a condescender a su insistencia.

-¡Ven con nosotros!

-¡Ven con nosotros!

Sin saber si era lo correcto, tal vez obsesionado hipnóticamente por la cantinela se decidió a ir con ellos.




        -Sí, iré con vosotros.
Todos de pusieron a gritar y gritar alegremente.
Le tomaron las manos y se elevaron mucho, mucho, hasta las estrellas...
Volaron entre luces de colores y nubes blancas, azules y rosas hacia el país de los geniecillos: ESTEMUNDO.
¡ESTEMUNDO!
A medida que se acercaban, sentía el niño una alegría de alejarme del mundo de los humanos…
-Estamos cerca -dijo un geniecillo que volaba delante del grupo.
-¿No oyes la música de Estemundo?
-Allí todo es música...
-Todo es hermoso.
-¡Es tu mundo! -gritaron todos a una sola voz.
El callaba escuchando aquellos acordes, lejanos al principio, íntimos al fin.
Volaban...
                                                                   (CONTINUARÁ)

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