domingo, 12 de octubre de 2014

ESTEMUNDO 5



5
-Mira, este sendero conduce directamente a la Colina de la Hierbas.
 Giró su cabeza hacia donde le indicaba: Había muchas plantas por todas partes.
    -¡Buenas noches! -saludó un seco y arrugado árbol, ahuecando la voz.
    El niño quedó sobresaltado mientras Dan contestó al cortés saludo.
    -¡Hola, Vetusto!
    - Ahora, por la noche, todos los árboles están despiertos porque vigilan el bosque y a los pájaros que duermen en sus ramas –comentó a su intranquilo compañero.
-¿Hay aquí enemigos de animales?
 — !No, en Estemundo no hay nada de lo que dices, pero podría suceder que algún día apareciera algo maléfico que algún hombre del Mundo del que vienes intentara pisarnos.
El corazón sensible del niño se encogió de terror hacia los hombres, que consideraba ya casi como enemigos...
-Sería desastroso que llegaran aquí los hombres –comentó.
Anduvieron un poco más, entre arbustos y pequeñas plantas multicolores, con reflejos azules de la noche.

-¿Qué son estos ruidos que se oyen a intervalos -preguntó a su pequeño acompañante.
-Los búhos y las demás aves nocturnas, los diminutos grillos. Ellos y los árboles, con su rumor de hojas, llenan la noche, ellos son la vida de Estemundo durante la noche. Si ellos callaran, desaparecería todo.
-Sí, aquí debe de haber siempre alguien cantando, con su propia vida, ¿no?.
-!Eso es!
Sobre nuestras cabezas extendían sus ramas los árboles más altos. El ambien­te estaba salpicado de sonidos y notas desconocidas, salvajes, nocturnas...
Dan rompió el silencio:
-¿Ves esta vereda que tuerce a la derecha?
-¡Sí que la veo, pero si intentara pasar por ella, no sé si lo lograría? es muy
Estrecha.
El geniecillo tiró de su mano para que acercara el oído a sus labios:
-¡Por aquí se va a la casa de la Bruja!
Inclinado como estaba, le preguntó, en voz baja, como él lo había hecho:
-¿Es mala?
-Ya te he dicho que no hay cosas malas en Estemundo; es una bruja buena.
-Y... ¿Qué hace?


-Hace sortilegios.. .Convierte las cosas a nuestra medida, hace las cosas pequeñas como nosotros...
Lo que me acababa de comunicarle su amigo le hizo pensar un poco. Al cabo se atrevió a preguntarle, deseando obtener una respuesta afirmativa.
-¿Me hará pequeño a mí también?
Dan le miró, asombrado al principio y luego, alegremente, comenzó a dar saltos de alegría, mientras le decía:
-¡Sí, oh sí, te hará pequeño, muy pequeño, como yo!
-¡Dan, Dan, Dan!...
Las sombras del bosque pasaban, huyendo a nuestro lado. Los dos estaban corriendo, cogidos de la mano, contentos, muy felices. Se asemejarían dentro de poco, cuando uno fuera como el otro, pequeño...
La Luna iluminó un pedacito de tierra y yerbas; allí nos se detuvieron fatigados.
-¿Está muy lejos La Colina de las Hierbas, Dan?
-!Sí, muy lejos!¡Muchas setas!
-¿Setas?
-!Sí! ! Medimos la distancia por setas! Aquí cerca hay un grupo de estas plantas, un poco más lejos, otro!
-¿Están a la misma distancia un grupo de setas de otro?
—No, pero es igual...Es más bonito así, todo distinto de todo.
Me fijé entonces en el grupo de hongos, semiocultos por la oscuridad y las hojas. Eran tan altos como Dan y aún más, algunos como él... Unos tenían grandes manchas redondas, de todos los colores, en la cabeza anchota -como aquellos que él pintaba con lápices de color en los días de lluvia, otros eran de un solo color, calabaza, negros otros, como un paraguas de mango muy ancho.
Se tendió en el húmedo césped contemplando todo aquello con más detenimiento.
Cada uno de aquellos hongos tenía puertas y ventanas.
Dan satisfizo su curiosidad.
-Están habitadas  como en los cuentos. ¿Es que te olvidas estar en Estemundo, en tu mundo?

Allí vivían algunos geniecillos. Aquello le gustaba, sí.



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