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Se alejó
como había venido y repitió el mensaje veces y veces, hasta que su voz no pudo más...
Estaba asombrado; a su lado, Dan sonreía satisfecho.
Él le había buscado un bonito nombre, un nombre pequeñito.
Grupos de músicos alegraban el ambiente, preparando el ánimo
para las próximas fiestas.
Sonaban largas trompetas y ondeaban al viento
banderas y pancartas:
-¡Viva nuestro rey!¡Viva su nuevo
nombre!
— ¡Estemundo está alegre!
Por el fondo venía ya el extraño
cortejo de la Bruja, rodeada de geniecillos y de gran ruido.
-¡Viva. Viva. Viva! ¡Venía la Bruja! Pero la bruja buena, que se paró ante el trono del rey, él, el niño que
soñaba con gente muda en la noche de Estemundo!
-¡¡Empiece la ceremonia!!
Todos
formaron un gran corro. . Todos bailaban, cogidas las manos, cantando una canción
extraña. Él se unió a sus cantos e intentó danzar con ellos.
Pasaron dos soles y dos
lunas y todavía seguía el alegre acto.
La Bruja alzaba ora un
brazo ora otro y todos repetían a una voz lo que ella entonaba.
No podía
más. Cayó al suelo.
Cuando se
levantó, todo había cambiado, todo menos él.
Pero era él
quien había cambiado.
Era como los
otros: geniecillo pequeño.
- ¡Dan, ya soy como
tú! -exclamó.
Un búho revoloteó sobre sus
cabezas.
Las trompetas de oro, de plata y de cristal llenaron el cielo de Estemundo .
Las piedrecillas de los caminos y plazas charlaban alegremente
chocando sus cabecitas brillantes entre
sí.
Los pájaros
alzaban el vuelo cantando. Los árboles movían sus hojas con sonidos de mil y mil
campanillas y cascabeles...
-¡Fiesta todo el día! -anunciaron los veloces
paladines.
-¡Fiesta todo el día y la
noche, también!... -¡Cien días de fiesta!
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