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-Mira,
este sendero conduce directamente a la Colina de la Hierbas.
Giró su cabeza hacia donde
le indicaba: Había muchas plantas por todas partes.
-¡Buenas noches! -saludó
un seco y arrugado árbol, ahuecando la voz.
El niño quedó sobresaltado mientras Dan
contestó al cortés saludo.
-¡Hola, Vetusto!
- Ahora, por la noche, todos los árboles
están despiertos porque vigilan el bosque y a los pájaros que
duermen en sus ramas –comentó a su intranquilo compañero.
-¿Hay
aquí enemigos de animales?
— !No, en Estemundo no hay nada de lo que
dices, pero podría suceder que algún día apareciera algo maléfico
que algún hombre del Mundo del que vienes intentara
pisarnos.
El corazón sensible del niño se encogió
de terror hacia los hombres, que consideraba ya casi como enemigos...
-Sería
desastroso que llegaran aquí los hombres –comentó.
Anduvieron
un poco más, entre arbustos y pequeñas plantas multicolores,
con reflejos azules de la noche.
-¿Qué
son estos ruidos que se oyen a intervalos -preguntó a su pequeño acompañante.
-Los
búhos y las demás aves nocturnas, los diminutos grillos. Ellos y
los árboles, con su rumor de hojas, llenan la noche,
ellos son la vida de Estemundo durante la noche. Si ellos
callaran, desaparecería todo.
-Sí,
aquí debe de haber siempre alguien cantando, con su
propia vida, ¿no?.
-!Eso
es!
Sobre
nuestras cabezas extendían sus ramas los árboles más altos.
El ambiente estaba salpicado de sonidos y notas desconocidas, salvajes,
nocturnas...
Dan
rompió el silencio:
-¿Ves
esta vereda que tuerce a la derecha?
-¡Sí que la veo, pero si intentara pasar
por ella, no sé si lo lograría? es muy
Estrecha.
El
geniecillo tiró de su mano para que acercara el oído a sus labios:
-¡Por
aquí se va a la casa de la Bruja!
Inclinado
como estaba, le preguntó, en voz baja, como él lo había
hecho:
-¿Es
mala?
-Ya
te he dicho que no hay cosas malas en Estemundo; es una bruja buena.
-Y...
¿Qué
hace?
-Hace
sortilegios.. .Convierte las cosas a nuestra medida, hace las
cosas pequeñas como nosotros...
Lo que me acababa de comunicarle su amigo le hizo
pensar un poco. Al cabo se atrevió a preguntarle, deseando obtener
una respuesta afirmativa.
-¿Me hará pequeño a mí también?
Dan le miró, asombrado
al principio y luego, alegremente, comenzó a dar saltos de
alegría, mientras le decía:
-¡Sí,
oh sí, te hará pequeño, muy pequeño, como yo!
-¡Dan,
Dan, Dan!...
Las
sombras del bosque pasaban, huyendo a nuestro lado. Los dos estaban
corriendo, cogidos de la mano, contentos, muy felices. Se asemejarían dentro de
poco, cuando uno fuera como el otro, pequeño...
La
Luna iluminó un pedacito de tierra y yerbas; allí nos se
detuvieron fatigados.
-¿Está
muy lejos La Colina de las Hierbas, Dan?
-!Sí,
muy lejos!¡Muchas setas!
-¿Setas?
-!Sí! ! Medimos
la distancia por setas! Aquí cerca hay un grupo de estas plantas,
un poco más lejos, otro!
-¿Están
a la misma distancia un grupo de setas de otro?
—No, pero es igual...Es más
bonito así, todo distinto de todo.
Me fijé entonces en el grupo de
hongos, semiocultos por la oscuridad y las hojas. Eran
tan altos como Dan y aún más, algunos como él... Unos tenían grandes manchas
redondas, de todos los colores, en la cabeza anchota -como aquellos que él pintaba
con lápices de color en los días de lluvia, otros eran de un solo color,
calabaza, negros otros, como un paraguas de mango muy ancho.
Se tendió en el
húmedo césped contemplando todo aquello con más detenimiento.
Cada uno de
aquellos hongos tenía puertas y ventanas.
Dan
satisfizo su curiosidad.
-Están habitadas como en los cuentos. ¿Es que te olvidas estar
en Estemundo, en tu mundo?
Allí
vivían algunos geniecillos. Aquello le gustaba, sí.
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