domingo, 25 de enero de 2015

Una del Oeste4

 ­ -Muy sencillo. Me encaminaba al Saloon cuando
un desconocido me atacó por la espalda derribándome. Yo me quise defender, pero a mi lado aparecieron otros dos tipos que me atenazaron. El que parecía el jefe me preguntó:
  ­-Sí, qué pretendéis, insensatos.
  -­Saldar antiguas cuentas.
  -Vi entonces cómo desenrollaban una cuerda:
querían matarme. Yo me revolvía. Me taparon la boca para que no pidiera socorro.
 El que había hablado dijo, dándose un golpe
en la frente:
  ­-Sería mejor granjearnos la estima de Douglas haciendo que ese John, a quien tanto teme, se aleje del pueblo.
 -Parece que se pusieron de acuerdo, para bien mío. Desde entonces ya no recuerdo de más, hasta encontrarme con el rostro de John. Seguramente me propinaron un golpe en la cabeza y me llevaron al Saloon donde me encontré con John que me atendió como un amigo.
 De no estar de por medio el problema de John
con Douglas, a buen seguro ahora estaría en el otro mundo, suspendido mi cuerpo de una cuerda.
  Hubo una pausa, que todos respetaron, pensando en el posible fin, de James de no aparecer John.
  Éste, un poco molesto por la admiración de
que era objeto, desvió la atención diciendo:
 -Desde luego tienen derecho a saber mi identidad y la finalidad de mi estancia en este pueblo.
 En aquel instante se oyeron disparos que resonaron lúgubremente en la obscuridad de la noche.
  Los tres hombres se pusieron de pie como un solo hombre.

 John, más decidido, salió fuera. Una oleada de aire cargado de misterio azotó su curtido rostro acuciado a afrontar los más variados peligros.
  
                                    






        DOUGLAS SE HACE NOTAR

  Cautelosamente nuestros tres hombres avanzaban guiados por el rumor que producía algo en la dirección en que se oyeron los nocturnos disparos.
 El descubrimiento fue escalofriante.
Tendido sobre la hierba agonizaba, tres tiros en el cráneo: ¡Un caballo viejo!
  Los tres hombres se miraron preocupados, envueltos en  agitados pensamientos.
  Una potente voz les arrancó bruscamente de su pasmo.
  -­¡Nadie se mueva o le pesará!
  El que así hablaba era un tipo bien plantado
 ­como se dice en el Oeste­, con un pañuelo a cuadritos delante de la boca y, como si temiera tener que estornudar constantemente, lo llevaba atado por detrás del cuello: era el clásico pistolero enmascarado.
  ­-Soy Douglas -dijo con estentórea voz.
  En la vecina montaña otra voz respondió: 
  - ¡¡Dou­glas!!
  Era el eco.
 -­Está visto ­ -prosiguió-­, no te quieres enterar que aquí sobras.
  El pistolero se aproximó a John amenazante y, poniéndole la pistola que empuñaba su mano derecha sobre el ojo izquierdo, dijo:
 -­Quiero ver cómo te marchas mañana; aquí estábamos muy bien sin ti, ¡ja, ja, ja!.
 Mientras así reía y, para que se oyeran mejor
las carcajadas, Douglas cerró sus dos ojos. Sin duda estaba esperando que también la montaña riera su ocurrencia pero lo que el eco
respondió fue un “TOC” : John le había dado un solemne derecha en el maxilar inferior.

No hay comentarios:

Publicar un comentario