-Muy sencillo. Me encaminaba al Saloon cuando
un desconocido me atacó por
la espalda derribándome. Yo me quise defender, pero a mi lado aparecieron otros
dos tipos que me
atenazaron. El que parecía el jefe me
preguntó:
-Sí, qué pretendéis, insensatos.
-Saldar antiguas cuentas.
-Vi entonces cómo desenrollaban una cuerda:
querían matarme. Yo me
revolvía. Me taparon la boca para que no pidiera socorro.
El que había hablado dijo, dándose un golpe
en la frente:
-Sería mejor granjearnos la estima de Douglas haciendo que ese John, a
quien tanto teme, se aleje del pueblo.
-Parece que se pusieron de acuerdo, para bien mío. Desde entonces ya no recuerdo de más, hasta encontrarme con el rostro de John. Seguramente me propinaron un golpe en
la cabeza y me llevaron al Saloon donde
me encontré con John que me atendió como un amigo.
De no estar de por medio el problema de John
con Douglas, a buen seguro
ahora estaría en el otro mundo, suspendido mi cuerpo de una cuerda.
Hubo una pausa, que todos respetaron, pensando
en el posible fin, de James de no aparecer John.
Éste, un poco molesto por la admiración de
que era objeto, desvió la
atención diciendo:
-Desde luego tienen derecho a saber mi
identidad y
la finalidad de
mi estancia en este pueblo.
En aquel instante se oyeron disparos que resonaron lúgubremente
en la obscuridad de la noche.
Los tres hombres se pusieron de pie como un solo hombre.
John, más decidido, salió fuera. Una oleada de
aire cargado de misterio azotó su curtido rostro acuciado a afrontar los más
variados peligros.
DOUGLAS SE HACE NOTAR
Cautelosamente nuestros tres hombres avanzaban
guiados por el rumor que producía algo en la dirección en que se oyeron los
nocturnos disparos.
El descubrimiento fue escalofriante.
Tendido sobre la hierba
agonizaba, tres tiros en el cráneo: ¡Un caballo viejo!
Los tres hombres se miraron preocupados, envueltos en agitados pensamientos.
Una potente voz les arrancó bruscamente de su pasmo.
-¡Nadie se mueva o le pesará!
El que así hablaba era un tipo bien plantado
como se dice en el Oeste, con un pañuelo a cuadritos
delante de la boca y, como si temiera tener que estornudar
constantemente, lo
llevaba atado
por detrás del cuello: era el clásico pistolero enmascarado.
-Soy Douglas -dijo con estentórea voz.
En la vecina montaña otra voz respondió:
- ¡¡Douglas!!
Era el eco.
-Está visto -prosiguió-, no te quieres enterar
que aquí
sobras.
El pistolero se aproximó a John amenazante y, poniéndole la pistola que
empuñaba su mano derecha sobre el ojo izquierdo, dijo:
-Quiero ver cómo te marchas mañana; aquí estábamos
muy bien sin ti, ¡ja, ja, ja!.
Mientras así reía y, para que se oyeran mejor
las carcajadas, Douglas
cerró sus dos ojos. Sin duda estaba esperando que también la montaña riera su
ocurrencia pero lo que el eco
respondió fue un “TOC” : John le había dado un solemne derecha en el
maxilar inferior.
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