domingo, 11 de enero de 2015

UNA DEL OESTE 2

 EL SALOON
 Poco a poco los ánimos se fueron calmando y cada
cual se fue a sus faenas.
  John miró con aire distraído los edificios del
pueblo. Le llamó la atención uno. Entró en el saloon.
  Aquella noche la pasó como buenamente pudo cobijándose en una vieja edificación de las afueras del pueblo.
  Por la mañana deambuló como un paleto por las tres mal trazadas calles del poblado. Se paró sin saber por qué ante el mismo local que visitó el día anterior al llegar. Estaba aún cerrado y esperó pacientemente.
                   

  ­¿Tiene sed el forastero? ­le espetó el barman mientras abría el establecimiento.
  ­Un poco.
 John se aproximó al que le había saludado de aquel modo cojeando forzadamente. Tenía la barba un tanto crecida. No parecía el mismo del día anterior.
 ­¿Me dejas entrar?
 ­Con mucho gusto, forastero. Aquí entra todo el mundo.
  A medida que avanzaba la mañana, nuevos clientes llenaban el local.
  También tomó asiento un viejo con su pipa de caña pegada a los labios.
  John miraba a todo el que traspasaba el umbral del local queriendo adivinar algo que buscaba con fuerza.
 Todo esto sucedía en Joospark.
  El pueblo minero del Oeste americano: Joospark.
 Las casas, de madera.
 Las calles de polvo casi siempre y de barro los días de lluvia…
 Un Saloon.
 Frecuentes peleas en las que no siempre ganaba el que tenía la razón, porque a veces nadie la tenía.
  El Sol calentaba.
  El whisky también calentaba.
 Todo trascurría normalmente, cuando apareció un malhechor fuera de serie que hacía de los bienes de loa demás, lo que a él le parecía.
 Era alto, autoritario, listo. No se puede negar que era listo.
 Tenía algunos compinches que le echaban una mano en los golpes de mano.
 Todos ignoraban su verdadera identidad.
 Era: ¡EL TEMIBLE DOUGLAS!

 La suerte estuvo de su parte hasta que apareció el Amigo de la Justicia, que con constancia, algunos tiros y algún que otro puñetazo, puso las cosas más o menos donde tenían que estar. Desde ese momento estelar, de Douglas, ya no se habló sino como de una pieza de museo.
 Desde entonces se hablaría en todo Joospark y el resto del territorio, de JOHN DUARD, El Caballero andante del Oeste Americano.

 DOUGLAS SE PRESENTA. UNA FAMILIA DE AMIGOS

 John se puso en pie de un salto y mascullando algo se alejó de su silla simulando una cojera que no tenía. Pidió un wiski, pagando y bebiéndoselo de un sorbo.
  En un rincón el viejo de la pipa fumaba desaforada mente. En el mismo rincón, una fotografía colgaba de la pared. El viejo no cesaba de mirar las caprichosas formas del humo que procedía de la pipa: una verdadera chimenea con leña seca.
 Nuestro John se disponía ya a salir cuando alguien se lo impide de un modo grotesco: tirado sobre la entrada. Tenía un ojo hinchado. Tal vez el jinete que ahora se alejaba con toda prisa lo había introducido en el pacífico lugar.
 Estaba sin sentido y entre los dientes apretaba un papel con extraordinaria fuerza.
 No se inmutó Johh y se apresuró a coger lo que el intruso retenía con los dientes.
 De un solo tirón arrebató el papel y un diente del tendido.
  Leyó:
  ­"John "metemeentodo", aléjate del pueblo antes de que te ocurra algo parecido a lo que le pasó a Pecas (Pecas es el que está a tus pies). Firmado: DOUGLAS.
  Pecas se removió en su inconsciencia; John se inclinó sobre él, comprobó las pulsaciones, tomó un vaso de vino y se lo aplicó a los labios de las extenuadas Pecas. Aquello pareció reanimarlo un poco. Abrió los ojos. Meneó la cabeza de un lado al otro. Intentó incorporarse pero volvió a caer pesadamente.
 Unos cuantos curiosos hacían coro a los protagonistas de la escena. El viejo de la pipa  seguía fumando en el rincón.
 John sostenía la cabeza de Pecas. De pronto levantando la cabeza preguntó con aire ingenuo:
 ­¿Quién es Douglas?
 Un pesado silencio no exento de credulidad siguió a sus palabras. ¿O era temor, indecisión, angustia?.
 ­Este individuo se pasa de la raya -pensó John en voz alta.
 ­Este es mi caso.
 Los curiosos dieron un paso atrás como electriza dos por las palabras que había pronunciado aquel arrogante joven.
 Temor, indecisión, angustia.
 Ayudó a Pecas a ponerse en pie.
­No hace falta que intente disimular: ese Douglas ha descubierto mis intenciones­ volvió a pensar en alta voz mientras arrastraba a su compañero hacia el mostrador.
 Ya no cojeaba.
 ­Dos Wiskis.

 ­Enseguida. 

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