Desde la familia surge la actuación social hacia dos direcciones opuestas, la paz y la violencia.
Cuando
ese espacio vital está deteriorado actúa como fruta podrida en
el gran cesto vegetal-humano e infecta inmensas zonas de la sociedad.
Se
potencian, desde las capas altas del poder, tipos de grupos
pseudofamiliares, propiciando su desintegración sistemática
que, unida a la posible autodestrucción de la familia
tradicional —modelo siempre revisable y nunca perfecto—,
señala una dirección cada día más patente hacia la
violencia del hombre consigo mismo y los demás.
Se
va perdiendo ostensiblemente la identidad del ser humano como
hombre/mujer, como padre/madre, como educador integral de sí y
del otro, del que nace y quiere crecer, ignorante de la totalidad de
las pautas de convivencia ordenada en sana libertad. Se priva de
la educación a los potenciales destinatarios de la misma,
porque no se les permite ni ver la luz de la vida o se les elimina de
múltiples formas, desde los
niveles
subliminales a los periféricos, desde las edades primeras a las
terceras y cuartas...
Se
tiene miedo de sí mismo porque no se admite que la imperfección
esté afincada en el egoísmo y se edifica un modelo "familiar"
endógeno, que muere desde sus raíces porque proyecta al
exterior una filosofía vital hedonista decadente, desnaturalizada,
violenta.
La
vida es, fundamentalmente, lo que se busca mantener desde que se
posee, aunque no se sea consciente de ello. La vida es rastreada en
todos los actos de la existencia, muriendo muchos sin haberla
encontrado nunca cuando existieron. Saber qué es y qué es lo que se
le parece, es sabiduría que no abunda. Equivocarse de camino para
hallar lo que prolonga la consciencia de estar para ser y para
siempre o para el máximo de tiempo posible, no conduce a vivir en
zonas planetarias en que se construya una sociedad realmente
feliz o en vías de serlo cada día en mayor intensidad, conduce
hacia un caos lleno de violencia, porque tras de lo que se camina es
hacia la muerte, apoyando el acontecer diario en muletas
que pisan cuanto impide el egoísta camino de la propia felicidad. El
terror a perder lo que se cree que es lo vital —cuando no es más
que una reencarnación de la misma muerte— lleva a la masacre
en radios de acción cada vez mayores.
Pueden
dar vida quienes la tienen, quienes la han vivido en su propia
familia o la riegan cada día en la que han formado, como las
monjas de Ruanda, los monitores del Proyecto Hombre, los padres de
familia que asumen su "rol" vitalista, humano, cada
momento, todos cuantos dan lo que son por los desheredados, los
drogadictos, los que han militado en las filas de la ignorancia de
la vida y se mueven en las cercanías de la muerte inmediata.
Saber dónde bebe esa gente es también sabiduría que es, por otra
parte, hostigada, difamada, perseguida y se quiere relegar a las
sacristías de antaño.
Rompemos
una lanza por la carta del Papa dirigida a las familias porque en
ella se ilumina una senda segura para cambiar nuestra sociedad
violenta desde sus mismas fuentes.
Tembién hoy, casi veinte años más tarde, siguen teniendo vigencia estas ideas.
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